REVOLUCIONARIO, ANTIIMPERIALISTA, SOCIALISTA,DEFENSOR DE LOS DERECHOS HUMANOS, AMANTE DE UNASUR, CELAC, PETRO CARIBE, ALBA.CTP.
miércoles, 8 de julio de 2015
"SOMOS LA VOZ": El Proceso Bolivariano sin Chávez
"SOMOS LA VOZ": El Proceso Bolivariano sin Chávez: Carlos Carcione, Stalin Pérez, Juan García, Gonzalo Gómez, Zuleika Matamoros, Alexander Marín Introducción Cuando en la noche de...
lunes, 6 de abril de 2015
La decepción de EE.UU. ante Latinoamérica
Editorial de La Jornada
La subsecretaria de Estado Roberta Jacobson dijo ayer sentirse decepcionada por el amplio rechazo latinoamericano a las sanciones impuestas por Estados Unidos contra Venezuela y aseguró que tales sanciones "no buscaban perjudicar al pueblo venezolano ni a todo el gobierno" de Caracas. Admitió que el asunto evoca diferencias históricas entre su país y América Latina, que no quiso precisar, pero que son una inequívoca referencia a la política tradicional de Washington en contra del resto del continente: respaldo y promoción de dictaduras impresentables, invasiones armadas contra naciones soberanas, saqueo inveterado de los recursos naturales y constante injerencia en los asuntos internos de los países del subcontinente, cuyo más reciente capítulo es, precisamente, el conjunto de declaraciones y medidas hostiles de la Casa Blanca hacia Caracas.
Como se recordará, el pasado 9 de marzo el presidente Barack Obama calificó al país sudamericano de "amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos", ordenó un bloqueo de las cuentas venezolanas y prohibió la entrada a territorio estadunidense a siete funcionarios del gobierno de Nicolás Maduro.
En respuesta a semejante despropósito –porque no hay un solo dato indicativo de que el gobierno de Caracas pudiera amenazar de alguna forma la seguridad de la superpotencia–, gobiernos individuales y organismos regionales como la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) criticaron las medidas de Washington y pidieron a Obama que las derogue a la brevedad.
Si el Departamento de Estado, por boca de Roberta Jacobson, puede llamarse a sorpresa ante la unanimidad y contundencia de la respuesta latinoamericana, ello sólo se explica por el descuido de la diplomacia estadunidense hacia la región en las últimas dos décadas. En efecto, hasta fines del siglo pasado tal reacción habría resultado impensable, pero de entonces a la fecha se han desarrollado en la porción sur del continente procesos de reivindicación de las soberanías nacionales y de integración regional que han transformado los paradigmas latinoamericanos incluso en los gobiernos que han permanecido de espaldas a tales procesos –como los de México, Colombia y Perú– y que, en cambio, han persistido en mantener la tradicional supeditación política, económica y diplomática hacia la potencia del norte.
Ahora Washington se topa con realidades continentales que hacen impensable un intento de aislar a uno de los países de sus pares para sojuzgarlo por la vía financiera e incluso militar, o bien mediante el respaldo activo a la sedición interna, como lo había venido haciendo Estados Unidos cada vez que surgía en América Latina un gobierno con propuestas de soberanía y transformación social.
El empeño estadunidense en contra de Venezuela resulta tanto más grotesco si se considera que la Casa Blanca acaba de dar pasos concretos de distensión con Cuba, sobre la que ha mantenido durante medio siglo un implacable bloqueo económico, una política de permanente hostigamiento e incluso un respaldo activo a grupos terroristas del exilio anticastrista.
Independientemente de la postura que se adopte acerca de la tensa situación política interna de Venezuela, ningún gobierno de América Latina puede, sin ruborizarse, estar de acuerdo con el disparate expresado hace un mes por Obama, entre otras razones porque es evidente que las cosas son exactamente al revés: es Washington el que amenaza la seguridad nacional de Venezuela, y su activa beligerancia de respaldo a los opositores a Maduro es un ejemplo claro de ello.
La subsecretaria de Estado Roberta Jacobson dijo ayer sentirse decepcionada por el amplio rechazo latinoamericano a las sanciones impuestas por Estados Unidos contra Venezuela y aseguró que tales sanciones "no buscaban perjudicar al pueblo venezolano ni a todo el gobierno" de Caracas. Admitió que el asunto evoca diferencias históricas entre su país y América Latina, que no quiso precisar, pero que son una inequívoca referencia a la política tradicional de Washington en contra del resto del continente: respaldo y promoción de dictaduras impresentables, invasiones armadas contra naciones soberanas, saqueo inveterado de los recursos naturales y constante injerencia en los asuntos internos de los países del subcontinente, cuyo más reciente capítulo es, precisamente, el conjunto de declaraciones y medidas hostiles de la Casa Blanca hacia Caracas.
Como se recordará, el pasado 9 de marzo el presidente Barack Obama calificó al país sudamericano de "amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos", ordenó un bloqueo de las cuentas venezolanas y prohibió la entrada a territorio estadunidense a siete funcionarios del gobierno de Nicolás Maduro.
En respuesta a semejante despropósito –porque no hay un solo dato indicativo de que el gobierno de Caracas pudiera amenazar de alguna forma la seguridad de la superpotencia–, gobiernos individuales y organismos regionales como la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) criticaron las medidas de Washington y pidieron a Obama que las derogue a la brevedad.
Si el Departamento de Estado, por boca de Roberta Jacobson, puede llamarse a sorpresa ante la unanimidad y contundencia de la respuesta latinoamericana, ello sólo se explica por el descuido de la diplomacia estadunidense hacia la región en las últimas dos décadas. En efecto, hasta fines del siglo pasado tal reacción habría resultado impensable, pero de entonces a la fecha se han desarrollado en la porción sur del continente procesos de reivindicación de las soberanías nacionales y de integración regional que han transformado los paradigmas latinoamericanos incluso en los gobiernos que han permanecido de espaldas a tales procesos –como los de México, Colombia y Perú– y que, en cambio, han persistido en mantener la tradicional supeditación política, económica y diplomática hacia la potencia del norte.
Ahora Washington se topa con realidades continentales que hacen impensable un intento de aislar a uno de los países de sus pares para sojuzgarlo por la vía financiera e incluso militar, o bien mediante el respaldo activo a la sedición interna, como lo había venido haciendo Estados Unidos cada vez que surgía en América Latina un gobierno con propuestas de soberanía y transformación social.
El empeño estadunidense en contra de Venezuela resulta tanto más grotesco si se considera que la Casa Blanca acaba de dar pasos concretos de distensión con Cuba, sobre la que ha mantenido durante medio siglo un implacable bloqueo económico, una política de permanente hostigamiento e incluso un respaldo activo a grupos terroristas del exilio anticastrista.
Independientemente de la postura que se adopte acerca de la tensa situación política interna de Venezuela, ningún gobierno de América Latina puede, sin ruborizarse, estar de acuerdo con el disparate expresado hace un mes por Obama, entre otras razones porque es evidente que las cosas son exactamente al revés: es Washington el que amenaza la seguridad nacional de Venezuela, y su activa beligerancia de respaldo a los opositores a Maduro es un ejemplo claro de ello.
jueves, 26 de marzo de 2015
Tiempo de definiciones
Reinaldo Iturriza López
En 1968, treinta años antes de que el chavismo descartara la opción insurreccional y se decidiera por la vía pacífica y democrática para hacer la revolución bolivariana, Orlando Araujo afirmaba sobre el carácter del pueblo venezolano: “es paciente hasta extremos imponderables“.
Puede presentirse el tono de ajuste de cuentas de Araujo. Un tono que seguramente habrá sido producto de su rechazo al discurso sobre la irracionalidad popular, de la imposibilidad del sujeto popular para expresar su voluntad a través de la razón. Un discurso que plena la ensayística política venezolana, muy dada a presentar al pueblo como presa fácil de los partidos de turno, y protagonista de una violencia que nunca controla y que obedece a fines que no son los suyos.
En esto pensaba al tratar de entender las implicaciones de las sanciones del gobierno estadounidense contra nuestro país, aplicadas bajo el pretexto de una supuesta “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior de Estados Unidos planteada por la situación en Venezuela“, en razón de lo cual habría declarado incluso, contra toda sensatez, “emergencia nacional“.
No se trata sólo de la Faja Petrolífera del Orinoco. Todo este asunto no puede despacharse con razonamientos del tipo: se impone la brutal pragmática económica de un Imperio en decadencia, cuyas urgencias geoestratégicas le obligan a apoderarse cuanto antes de nuestras reservas energéticas.
Está en juego también la política que bien ha sabido hacer el chavismo en estas tierras.
La importancia de Venezuela a escala global no viene dada exclusivamente por tener las mayores reservas probadas de petróleo. Venezuela es también yacimiento político: su base social de apoyo, proveniente fundamentalmente de las clases populares, se ha hecho de una cultura política profundamente democrática, fraguada en la lucha, que le sirve de inspiración en las circunstancias más adversas, y de aliento para seguir luchando. Ésta es nuestra principal reserva: la ética. Y es la que más debemos cuidar.
El significado histórico del chavismo tiene que ver con su capacidad para demostrar que es posible comenzar a construir una democracia liberada de las amarras conceptuales del liberalismo burgués, enfrentándose constantemente, en la calle y por la vía electoral, con las fuerzas más retrógradas, es decir, más radicalmente antidemocráticas, y resultar airoso.
Más notable aún, cuando el escenario del conflicto ha sido la calle, el chavismo ha procedido casi siempre como fuerza que contiene y aísla a los violentos, en abierto contraste con el antichavismo, más proclive a la persecución del pueblo chavista y a la violencia terrorista.
Respecto de lo electoral, el chavismo no sólo democratizó el registro (históricamente negado a amplias capas de la población, como la ciudadanía misma), sino que multiplicó los centros electorales (que comenzaron a instalarse en los barrios) y blindó técnicamente el proceso de votación. Pero sobre todo, desde el inicio instituyó como práctica dirimir el conflicto por la vía electoral, hasta el punto de que en Venezuela se han celebrado más elecciones durante la revolución bolivariana que durante todo el siglo XX.
Por eso decimos: en las actuales circunstancias está en juego también una experiencia política, intensa y gratificante, que es obra y gracia de las mayorías populares. El experimento más radicalmente democrático que haya protagonizado el pueblo venezolano en toda su historia. Una experiencia, por cierto, que bien sabrá valorar no sólo el chavismo mayoritario, sino el pueblo que, con todo derecho, adversa a la revolución.
El chavismo ha demostrado que se puede ser, como decía Araujo, “paciente hasta extremos imponderables” cuando se trata de que se imponga la política revolucionaria por encima de la voluntad de la oligarquía, que apela a la violencia cada vez que puede porque sueña con la muerte violenta de la revolución bolivariana.
No nos extrañemos si hoy la minúscula base social de la oligarquía, muy inculta políticamente y presa del odio de clases, celebra desvergonzadamente las agresiones imperialistas: está en su naturaleza ser cipaya hasta el extremo. Al contrario, recordemos que justo esa falta de ponderación, esa debilidad de carácter, es la que le impide ser una opción política viable.
La oligarquía no le perdonará al chavismo, y tampoco el “complejo industrial-militar” (como dijera Eisenhower en 1961) que gobierna Estados Unidos, el hecho de que un ejercicio de “paciencia” tal haya sido encabezado por un hombre como Hugo Chávez Frías. Llanero, zambo, para colmo militar, lo subestimaron siempre. Tanto, que el Comandante murió invicto.
“Chávez era un guerrero”, me decía el General en Jefe Jacinto Pérez Arcay hace un par de semanas. Por supuesto que tiene razón el Maestro Pérez Arcay: era un guerrero. Pero también un político. Un guerrero con una extraordinaria capacidad para la estrategia política, que es todo lo contrario de un político guerrerista. ¿Qué define a este último? La manera cómo actúa llegado el momento del acontecimiento revolucionario: entonces procede como sólo saben hacerlo los peores carniceros, asesinando a mansalva al pueblo sublevado. Como el 27F de 1989.
Chávez, en cambio, era un guerrero político. Un hombre que depuso las armas en 1992 porque “ya es tiempo de evitar más derramamiento de sangre, ya es tiempo de reflexionar, y vendrán nuevas situaciones“. Y ese sentido de la estrategia, esa singular racionalidad, esa mirada puesta en la oportunidad que habrá de crearse, esa mesura, esa “paciencia” que incontables veces fue interpretada como signo de debilidad, define, por supuesto, al sujeto político que se templó en la medida en que se templaba el liderazgo de Chávez. Uno y otro son causa y consecuencia.
Es la misma “paciencia” chavista a la que apela Nicolás Maduro cada vez que hace llamados a la paz y al diálogo que, como si una tara intelectual se interpusiera, son interpretados como retórica vacía o signos de debilidad, y no como lo que realmente son: un alegato en favor de la defensa de la democracia venezolana, una defensa del derecho que tenemos todos a pensar diferente, pero siempre con respeto a la voluntad de la mayoría. Dentro de la Constitución, todo.
En nombre de la supuesta “intimidación sobre adversarios políticos” (una acusación que provocaría risa si no fuera, por citar un solo ejemplo, por la intimidación que padece toda persona “sospechosa” de chavista en aquellas zonas donde tienen lugar guarimbas), entre otros, el gobierno estadounidense amenaza con actuar como tantas veces lo ha hecho desde su fundación como nación, y como lo hace hoy en varios lugares del planeta: como un “establishment” que necesita de la guerra para prevalecer. Como una nación guerrerista.
Pretende, así, hacer que prevalezca la violencia y la muerte donde hoy comienza a florecer la democracia. Pretende también que el pueblo venezolano pierda la paciencia. Porque paciente ha sido, sí, pero como advertía el mismo Orlando Araujo, “la violencia, sin embargo, estaba latente porque no se había resuelto para los venezolanos el problema fundamental de ser independiente”.
El Presidente Nicolás Maduro lo ha dicho: estamos en “tiempo de definiciones“. O asumimos la defensa de la democracia amenazada para que sea posible seguir resolviendo nuestros problemas fundamentales, entre venezolanos, o permitimos que se imponga la violencia.
Para decirlo a la manera chavista: nuestra victoria será la paz. Pero incluso si ella, la paz, no fuera posible, será nuestra la victoria. Que nadie albergue la menor duda al respecto.
En 1968, treinta años antes de que el chavismo descartara la opción insurreccional y se decidiera por la vía pacífica y democrática para hacer la revolución bolivariana, Orlando Araujo afirmaba sobre el carácter del pueblo venezolano: “es paciente hasta extremos imponderables“.
Puede presentirse el tono de ajuste de cuentas de Araujo. Un tono que seguramente habrá sido producto de su rechazo al discurso sobre la irracionalidad popular, de la imposibilidad del sujeto popular para expresar su voluntad a través de la razón. Un discurso que plena la ensayística política venezolana, muy dada a presentar al pueblo como presa fácil de los partidos de turno, y protagonista de una violencia que nunca controla y que obedece a fines que no son los suyos.
En esto pensaba al tratar de entender las implicaciones de las sanciones del gobierno estadounidense contra nuestro país, aplicadas bajo el pretexto de una supuesta “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior de Estados Unidos planteada por la situación en Venezuela“, en razón de lo cual habría declarado incluso, contra toda sensatez, “emergencia nacional“.
No se trata sólo de la Faja Petrolífera del Orinoco. Todo este asunto no puede despacharse con razonamientos del tipo: se impone la brutal pragmática económica de un Imperio en decadencia, cuyas urgencias geoestratégicas le obligan a apoderarse cuanto antes de nuestras reservas energéticas.
Está en juego también la política que bien ha sabido hacer el chavismo en estas tierras.
La importancia de Venezuela a escala global no viene dada exclusivamente por tener las mayores reservas probadas de petróleo. Venezuela es también yacimiento político: su base social de apoyo, proveniente fundamentalmente de las clases populares, se ha hecho de una cultura política profundamente democrática, fraguada en la lucha, que le sirve de inspiración en las circunstancias más adversas, y de aliento para seguir luchando. Ésta es nuestra principal reserva: la ética. Y es la que más debemos cuidar.
El significado histórico del chavismo tiene que ver con su capacidad para demostrar que es posible comenzar a construir una democracia liberada de las amarras conceptuales del liberalismo burgués, enfrentándose constantemente, en la calle y por la vía electoral, con las fuerzas más retrógradas, es decir, más radicalmente antidemocráticas, y resultar airoso.
Más notable aún, cuando el escenario del conflicto ha sido la calle, el chavismo ha procedido casi siempre como fuerza que contiene y aísla a los violentos, en abierto contraste con el antichavismo, más proclive a la persecución del pueblo chavista y a la violencia terrorista.
Respecto de lo electoral, el chavismo no sólo democratizó el registro (históricamente negado a amplias capas de la población, como la ciudadanía misma), sino que multiplicó los centros electorales (que comenzaron a instalarse en los barrios) y blindó técnicamente el proceso de votación. Pero sobre todo, desde el inicio instituyó como práctica dirimir el conflicto por la vía electoral, hasta el punto de que en Venezuela se han celebrado más elecciones durante la revolución bolivariana que durante todo el siglo XX.
Por eso decimos: en las actuales circunstancias está en juego también una experiencia política, intensa y gratificante, que es obra y gracia de las mayorías populares. El experimento más radicalmente democrático que haya protagonizado el pueblo venezolano en toda su historia. Una experiencia, por cierto, que bien sabrá valorar no sólo el chavismo mayoritario, sino el pueblo que, con todo derecho, adversa a la revolución.
El chavismo ha demostrado que se puede ser, como decía Araujo, “paciente hasta extremos imponderables” cuando se trata de que se imponga la política revolucionaria por encima de la voluntad de la oligarquía, que apela a la violencia cada vez que puede porque sueña con la muerte violenta de la revolución bolivariana.
No nos extrañemos si hoy la minúscula base social de la oligarquía, muy inculta políticamente y presa del odio de clases, celebra desvergonzadamente las agresiones imperialistas: está en su naturaleza ser cipaya hasta el extremo. Al contrario, recordemos que justo esa falta de ponderación, esa debilidad de carácter, es la que le impide ser una opción política viable.
La oligarquía no le perdonará al chavismo, y tampoco el “complejo industrial-militar” (como dijera Eisenhower en 1961) que gobierna Estados Unidos, el hecho de que un ejercicio de “paciencia” tal haya sido encabezado por un hombre como Hugo Chávez Frías. Llanero, zambo, para colmo militar, lo subestimaron siempre. Tanto, que el Comandante murió invicto.
“Chávez era un guerrero”, me decía el General en Jefe Jacinto Pérez Arcay hace un par de semanas. Por supuesto que tiene razón el Maestro Pérez Arcay: era un guerrero. Pero también un político. Un guerrero con una extraordinaria capacidad para la estrategia política, que es todo lo contrario de un político guerrerista. ¿Qué define a este último? La manera cómo actúa llegado el momento del acontecimiento revolucionario: entonces procede como sólo saben hacerlo los peores carniceros, asesinando a mansalva al pueblo sublevado. Como el 27F de 1989.
Chávez, en cambio, era un guerrero político. Un hombre que depuso las armas en 1992 porque “ya es tiempo de evitar más derramamiento de sangre, ya es tiempo de reflexionar, y vendrán nuevas situaciones“. Y ese sentido de la estrategia, esa singular racionalidad, esa mirada puesta en la oportunidad que habrá de crearse, esa mesura, esa “paciencia” que incontables veces fue interpretada como signo de debilidad, define, por supuesto, al sujeto político que se templó en la medida en que se templaba el liderazgo de Chávez. Uno y otro son causa y consecuencia.
Es la misma “paciencia” chavista a la que apela Nicolás Maduro cada vez que hace llamados a la paz y al diálogo que, como si una tara intelectual se interpusiera, son interpretados como retórica vacía o signos de debilidad, y no como lo que realmente son: un alegato en favor de la defensa de la democracia venezolana, una defensa del derecho que tenemos todos a pensar diferente, pero siempre con respeto a la voluntad de la mayoría. Dentro de la Constitución, todo.
En nombre de la supuesta “intimidación sobre adversarios políticos” (una acusación que provocaría risa si no fuera, por citar un solo ejemplo, por la intimidación que padece toda persona “sospechosa” de chavista en aquellas zonas donde tienen lugar guarimbas), entre otros, el gobierno estadounidense amenaza con actuar como tantas veces lo ha hecho desde su fundación como nación, y como lo hace hoy en varios lugares del planeta: como un “establishment” que necesita de la guerra para prevalecer. Como una nación guerrerista.
Pretende, así, hacer que prevalezca la violencia y la muerte donde hoy comienza a florecer la democracia. Pretende también que el pueblo venezolano pierda la paciencia. Porque paciente ha sido, sí, pero como advertía el mismo Orlando Araujo, “la violencia, sin embargo, estaba latente porque no se había resuelto para los venezolanos el problema fundamental de ser independiente”.
El Presidente Nicolás Maduro lo ha dicho: estamos en “tiempo de definiciones“. O asumimos la defensa de la democracia amenazada para que sea posible seguir resolviendo nuestros problemas fundamentales, entre venezolanos, o permitimos que se imponga la violencia.
Para decirlo a la manera chavista: nuestra victoria será la paz. Pero incluso si ella, la paz, no fuera posible, será nuestra la victoria. Que nadie albergue la menor duda al respecto.
Actual injerencia estadounidense en Venezuela: breve explicación
Rubén Alexis Hernández
Aunque el reciente decreto ejecutivo de Obama, Declaración de Emergencia Nacional con respecto a Venezuela , no es en sí una declaración de guerra de Estados Unidos a Venezuela, significa una clara injerencia en la política interna venezolana, cuya situación, ciertamente compleja, es considerada por el Gobierno imperialista como una amenaza para la seguridad nacional del país norteamericano. El mundo al revés, pues al analizar la historia de la política exterior estadounidense desde el siglo XIX (a ser abordada con amplitud en escritos posteriores), se evidencia que la continua “amenaza” a la seguridad nacional de la nación norteña, incluida la de sus ciudadanos allende las fronteras, no ha sido más que uno de los pretextos preferidos por las autoridades norteamericanas para sancionar y/o agredir a otros países directa o indirectamente (por medio de ejércitos aliados o de mercenarios). De manera que los victimarios han desempeñando el papel estratégico-comunicacional de víctimas, y en caso de que decidan finalmente atacar a Venezuela, habrá servido una vez más el pretexto absurdo de la amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos.
A continuación tres razones que explican, en parte, la actual injerencia del águila imperial en Venezuela:
1.-Venezuela continúa siendo parte del área de influencia natural del Imperio norteamericano; patio trasero que le provee materias primas a bajos costos y un mercado importante. Más aún, la nación suramericana tiene como principal socio comercial a Estados Unidos, con todo y el discurso antiimperialista, socialista y humanista del Gobierno de Maduro. Incluso la “Revolución Bolivariana” negoció, con saldo favorable a los intereses estadounidenses, nada más y nada menos que con empresas como la Chevron y la Halliburton, cómplice esta ultima del derramamiento de sangre de centenares de miles de inocentes en Irak, cortesía de las tropas estadounidenses, forjadoras de “libertad”. En este contexto no se aprecian contradicciones económicas entre Venezuela y Estados Unidos, pero la presencia en el país caribeño de las mayores reservas de hidrocarburos del planeta y de una respetable riqueza natural, son elementos más que suficientes para que el Imperio norteño intervenga de forma permanente en los asuntos venezolanos, sin importar la ideología de quienes gobiernen en Venezuela.
2.- La creciente alianza del Estado venezolano con países como China, Rusia e Irán, ha sido sin duda alguna, un factor inquietante para el Imperio estadounidense. En el caso de China téngase en cuenta que es el mayor competidor global de las corporaciones norteamericanas, y viene circulando en distintos medios de difusión internacionales, la noticia de que sustituiría definitivamente al dólar como moneda comercial. En Venezuela los chinos han realizado grandes inversiones, incursionando en el sector petrolero, en la construcción, en las finanzas, y en otras áreas. Mientras tanto Rusia intenta alcanzar el poderío que caracterizó a la Unión Soviética, pisa con mucha fuerza en Europa del este y en Asia, es aliado importante de China, y tiene nexos militares-estratégicos con la nación venezolana (incluida la venta de armamento). Y en cuanto a Irán, señálese su vinculación con China y Rusia, y su presencia en América Latina, en especial en Venezuela, inquieta particularmente al lobby sionista, de gran influencia en la política exterior estadounidense. Al igual que el gigante asiático (China), Rusia e Irán también habrían planteado desligarse en su totalidad del dólar.
Los vínculos de Venezuela con China, Rusia e Irán, se enmarcan claramente en la geopolítica y la economía global actual, que responden en buena medida a una feroz competencia intercapitalista-corporativa. En esta competencia Estados Unidos parece ir perdiendo, a juzgar por sus problemas financieros y por el riesgo inminente de que el dólar pierda su dominio mundial, y en tal sentido su Gobierno presiona e intenta amedrentar de diversas maneras (torcer el brazo, como diría Obama) a Venezuela y otras naciones asociadas con China y Rusia, y a estas mismas. Aquí la mal llamada guerra contra el terrorismo ha sido útil para Estados Unidos y algunos de sus aliados, y si la competencia intercapitalista se acentúa mucho más, es bien posible que se desate un conflicto bélico de mucha mayor proporción que dicha guerra, concentrada por ahora en Asia y África. Sería una conflagración con repercusiones en todos los rincones de la Tierra, e involucraría directamente a Venezuela por converger en ella los intereses de las potencias enfrentadas.
3.- De cierta forma la injerencia del Imperio norteamericano en Venezuela y en otras naciones del orbe, ha servido como cortina de humo para desviar un poco la atención del pueblo estadounidense respecto a la crisis interna del país norteño, en la que resaltan el alto costo de la vida, un elevado desempleo, la restricción progresiva de las relativas libertades, y la represión brutal a los pobres, en especial a ‘negros’ e inmigrantes latinoamericanos. Intenta Obama, por ejemplo, apaciguar los ánimos caldeados tras el asesinato de varios ‘negros’ en Ferguson y otras localidades de Estados Unidos.
En conclusión, la actual injerencia estadounidense en Venezuela, con la seguridad nacional de Estados Unidos en “peligro”, y la violación de derechos humanos en la nación venezolana como pretextos, no es cuento de camino, como lo creen o lo quieren hacer creer numerosos opositores del Gobierno de Maduro. Si bien la “Revolución Bolivariana” no es enemiga en la realidad del Imperialismo estadounidense, de acuerdo a la notable asociación comercial, es evidente que Estados Unidos siempre tiene en la mira a Venezuela, más aún cuando tienden a fortalecerse las alianzas del país suramericano con potencias como China y Rusia, importantes competidores globales de la economía norteamericana.
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