Quizás la imagen más icónica de Hugo Chávez es una foto tomada por el
periodista mexicano Jorge Silva que muestra al Presidente bajo una
fuerte lluvia, cerrando la campaña del 2012. La lluvia bautizó a Chávez
en importantes momentos de su vida; podríamos decir incluso que las
tormentas marcaron la apertura y el cierre de la carrera presidencial de
este insólito llanero. Al referéndum constitucional de diciembre de
1999 lo acompañaron lluvias tan intensas que resultaron en los trágicos
deslaves de Vargas… situación que Chávez sorteó con la entrega que
marcaría su accionar en los años por venir.
Este fue el
inicio de su trayectoria presidencial. Ahora, casi al final del viaje,
Chávez se encontró bajo la lluvia de octubre en la Avenida Bolívar de
Caracas, cargando un impermeable que le había prestado el ministro
Rafael Ramírez. El enorme tamaño de la chaqueta hizo un Chávez más
monumental que nunca. Por esto, y por el ángulo de la cámara (Silva, ya
conocido por el equipo de seguridad, logró ubicarse justo al pie de la
tarima), el Comandante luce como una figura talladas sobre la roca.
Algunas semanas después Chávez comentaría que había hecho aquella
campaña con un brazo atado, y sin duda, para muchos chavistas, esta es
la imagen de un hombre peleando su última batalla, en condiciones
adversas, hasta inmolarse. Efectivamente así fue: cinco meses más tarde
Chávez moriría del cáncer que llevaba años acechándole.
Pero
más allá de lo monumental de la figura y del tono de cierre que
asociamos con la imagen de Chávez bajo la lluvia, ¿qué hace esta
fotografía icónica? Creo que como toda imagen que invita a la
contemplación, ésta muestra algo contradictorio o doble: un Cháve z a la
vez íntimo y distante, aislado pero en medio de las masas. Además
propongo que en el plano estético, el efecto “puntillista” de la lluvia
–las gotas regadas alrededor de la figura como si se tratara de uno de
esos pisapapeles de cristal con copos de nieve– funciona tanto para aislar la figura como para conectarla . Este efecto doble es emblemático del hacerse de Chávez en el mundo, su proyecto político y también su forma de liderazgo.
Cabe resaltar que el contrapunteo entre aislamiento y asociación en la
imagen se acentúa con otro contraste impactante: el de un hombre
hablando pero capturado, en el preciso instante de la foto, en silencio.
Ahora bien, ¿qué implica un Chávez aislado, aparte y hasta silente? En
cuanto a la soledad de Chávez, viene a colación lo dicho por Hannah
Arendt sobre cómo la vida política requiere una suerte de valor
especial: el valor de dejar atrás los orígenes y la familia. Un rasgo
importante si bien poco reconocido de Chávez es la soledad propia de un
hombre auto-inventado y totalmente original. Su separación en medio de
la multitud (como a todo político de vanguardia, a Chávez le rodeaba un
aura de “noli me tangere”) era la de aquel que había salido de la
existencia privada para “lanzarse al mundo común y público que es
nuestro verdadero espacio político”, citando las palabras memorables de
Arendt.
Así era el Comandante: solitario pero, precisamente por eso, conectado
a las masas a través de una relación singular y afectiva que no dejó
por eso de ser política. Planteo que las gotas que motean la imagen de
Chávez son indicios figurativos de esa multitud con la que Chávez se
relacionó. Podemos constatar que la metáfora del individuo como gota
aparece de forma recurrente en la obra de Shakespeare. “Soy como gota de
agua que en el océano busca a otra”, declama uno de los dos hermanos de
nombre Antífolo en La comedia de las equivocaciones.
Efectivamente la dialéctica de individuación y disolución –a menudo
representada en un registro acuático, es el tema central de la comedia
shakespeariana. ¿Pertenecemos nosotros, las gotas, al océano de la
sociedad? Las comedias shakesperianas afirman que sí, pero esta
afirmación –representada por los bailes y las bodas al final de estos
dramas– está siempre acechada por la posibilidad (trágica) de la
alienación, de la desincorporación de la sociedad.
El
significado combinado de una imagen que nos jala en dos direcciones
–entre aislamiento y conexión, silencio y comunicación– se puede
formular como pregunta pero también como imperativo. ¿Quedará Chávez
aislado entre las masas, encerrado monádicamente en su pisapapeles de
cristal? Esto depende de nosotros y del destino político que
construyamos. Sin duda, el Comandante podría terminar como un personaje
trágico que murió con la palabra socialismo en su boca,
silenciado porque su mensaje no encontró resonancia. Pero también
podemos construir la opción “antitrágica”: el socialismo. En este último
caso, iniciemos un baile de solidaridad y reciprocidad, y Chávez y su
proyecto se encontrarán felizmente inmersos en el océano de la nueva
sociedad.