Al ver la imparable
campaña política y mediática contra Nicolás Maduro, que se libra de
norte a sur, no dejo de recordar los primeros tiempos de Hugo Chávez
-fines de los 90- cuando pocos daban un real por su talante político
proyectivo. Una vez desaparecido surgió una frase que quiso delinear, a
modo de sentencia, la idea de que él era irreemplazable: Maduro no es Chávez. Sugestiva reflexión que resume lo que el antagonista anhela al excluir la dialéctica de los procesos sociales y políticos.
Por
supuesto, las comparaciones son odiosas, pero sirven para graficar
hechos. Ciertamente Maduro no es Chávez, y, muchos dijimos, en su
momento, que lo peor que le podría ocurrir al actual presidente
venezolano es querer imitar a rajatabla el estilo de Chávez. Pero de ahí
a creer que su formación y origen social eran -o son- obstáculos para
gobernar es una bobería.
Es innegable que los resultados de las
elecciones de abril dejaron un mal sabor. (Sin contar todos los
extraños ataques informáticos que sufrió el Consejo Electoral venezolano
el mismo día de los comicios.) Quizás por eso los errores de campaña
del chavismo lucían crasos a la hora de evaluar su real penetración
política. No obstante, ese evento mostró cómo la oposición expresa el
enfermizo amor que tiene por aquello que dizque alimenta el chavismo: el
odio de clase. ¿Dónde hay más odio de clase: en la burla al chofer que
quiso ser y hoy es presidente, o en la confirmación de que Chávez fue el
hombre que por fisionomía o “silueta racial” encarnaba al venezolano
promedio?
Pero como la vergüenza del otro -en la estética
elitista- no parece ser ya la opción para “concienciar” contra el
chavismo, hoy se apuesta a la deslegitimación. Primero fabrican una
matriz informativa que echó dudas sobre los votos y, luego, menosprecian
la constitución y viabilidad del gobierno.
El propósito de Henrique
Capriles no es que le “devuelvan” la presidencia que perdió por un
hipotético fraude, sino propagar la idea de que “algo huele mal en
Dinamarca”. De ahí que en su visita a Colombia, por ejemplo, no intentó
siquiera revivir la demanda de una auditoría a los comicios de abril;
más bien insinuó que Maduro no debe dormir tranquilo porque su búnker
político mantiene despierto al monstruo de la inestabilidad. Y es que
Capriles no está solo; tiene a varios congresistas opositores visitando
países vecinos y a unos cuantos mercaderes venezolanos protestando en
inglés y en Miami...
Además, la cruzada mediática que reporta la
“escasez” de artículos básicos solo presenta a unos malísimos
administradores de la crisis; pero nada dice de los sabotajes externos a
la economía venezolana ni del acaparamiento y la especulación por parte
del sector privado interno, que no acepta los controles de precios y
que prefiere no producir y/o facilitar el contrabando.
Hoy es
imperativo que Nicolás Maduro reconsidere el sustrato de su estilo y los
métodos aplicados en la comunicación política de su gobierno. Este es
otro momento del proceso bolivariano que implica renovación y reajuste.
No asumirlo de esta manera supondría que el chavismo se confía demasiado
y que los adversarios tienen ocasión de aprovechar su descuido.
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