La necesidad de convocar una ANC surge de la agudización in extremis de
la contradicción universal y antagónica, entre el interés y la
sobrevivencia de un estado periférico como el nuestro y la política de
un Sistema como el Capitalista, que, en su agonía, necesita destruir los
estados territoriales que pretendan ser soberanos, para que reine el
capital financiero. Por ello lo que se requiere no es una ANC como las
precedentes, que se adecuaron al Sistema. Debería ser un corte
revolucionario para implantar una nueva institucionalidad, acorde con un
Proyecto País liberador, audaz y revolucionario, que suelte las fuerzas
creativas de nuestro pueblo mediante la participación de todos los
sectores activos en el territorio. Pienso la constituyente como un gran
foro nacional donde desnudemos la actual institucionalidad, un espacio
para criticar y definir lo concreto hundiéndonos en el detalle, para
construir ámbitos donde el dar y recibir y sobre todo donde el
compromiso sea la norma, pues ya basta de proclamas que se contradicen
con los hechos y que no encontremos el mecanismo para la participación
responsable de todos, tanto en el diseño como en la práctica política.
Muchas personas, subyugadas por la cultura capitalista dominante, la
tradición y el formalismo, se muestran temerosas ante la posible
liberación del genio que está en la botella y plantean que la próxima
ANC debe regirse por las normas morales y jurídicas del sistema
histórico imperante, empezando por la convocatoria de la misma. Se
olvidan que la actual Constitución, a pesar de todos sus avances, fue
elaborada dentro de la institucionalidad sistémica y sujeta a sus
normas. Sin embargo, por un diablillo que se escapó a los juristas
–quizás Chávez– colocaron un capítulo especial para normar la manera de
convocar al soberano para diseñar una nueva constitución. En los tres
artículos finales (347, 348 y 349) que forman el Capítulo III y trata
«De la Asamblea Nacional Constituyente» no se exigen referéndums, ni
consultivo para la convocatoria ni aprobatorio para la validación final,
cosa que si hace para la reforma y la enmienda, aparte de que en las
actas de la ANC está claro que los constituyentes consideraron que no
era ni necesario ni conveniente.
Pienso que lo hicieron así
porque –al igual que Bolívar, quien pensó en Constituciones cada diez
años– comprendieron que cuando se están fundando republicas durante un
cambio histórico, las fuerzas del sistema vigente, tanto internas como
externas, se oponen a ultranza utilizando todos los medios, aun los más
extremos, tal como lo estamos viendo en los casos de Libia, Irak, Siria,
Indonesia y Venezuela. Son fuerzas extraordinariamente poderosas que
solo el pueblo puede enfrentar y es en una ANC donde éste puede
verdaderamente expresarse, sobre todo si esa ANC se elije sobre bases
co
La necesidad de convocar una ANC surge de la agudización in extremis de
la contradicción universal y antagónica, entre el interés y la
sobrevivencia de un estado periférico como el nuestro y la política de
un Sistema como el Capitalista, que, en su agonía, necesita destruir los
estados territoriales que pretendan ser soberanos, para que reine el
capital financiero. Por ello lo que se requiere no es una ANC como las
precedentes, que se adecuaron al Sistema. Debería ser un corte
revolucionario para implantar una nueva institucionalidad, acorde con un
Proyecto País liberador, audaz y revolucionario, que suelte las fuerzas
creativas de nuestro pueblo mediante la participación de todos los
sectores activos en el territorio. Pienso la constituyente como un gran
foro nacional donde desnudemos la actual institucionalidad, un espacio
para criticar y definir lo concreto hundiéndonos en el detalle, para
construir ámbitos donde el dar y recibir y sobre todo donde el
compromiso sea la norma, pues ya basta de proclamas que se contradicen
con los hechos y que no encontremos el mecanismo para la participación
responsable de todos, tanto en el diseño como en la práctica política.
Muchas personas, subyugadas por la cultura capitalista dominante, la
tradición y el formalismo, se muestran temerosas ante la posible
liberación del genio que está en la botella y plantean que la próxima
ANC debe regirse por las normas morales y jurídicas del sistema
histórico imperante, empezando por la convocatoria de la misma. Se
olvidan que la actual Constitución, a pesar de todos sus avances, fue
elaborada dentro de la institucionalidad sistémica y sujeta a sus
normas. Sin embargo, por un diablillo que se escapó a los juristas
–quizás Chávez– colocaron un capítulo especial para normar la manera de
convocar al soberano para diseñar una nueva constitución. En los tres
artículos finales (347, 348 y 349) que forman el Capítulo III y trata
«De la Asamblea Nacional Constituyente» no se exigen referéndums, ni
consultivo para la convocatoria ni aprobatorio para la validación final,
cosa que si hace para la reforma y la enmienda, aparte de que en las
actas de la ANC está claro que los constituyentes consideraron que no
era ni necesario ni conveniente.
Pienso que lo hicieron así
porque –al igual que Bolívar, quien pensó en Constituciones cada diez
años– comprendieron que cuando se están fundando republicas durante un
cambio histórico, las fuerzas del sistema vigente, tanto internas como
externas, se oponen a ultranza utilizando todos los medios, aun los más
extremos, tal como lo estamos viendo en los casos de Libia, Irak, Siria,
Indonesia y Venezuela. Son fuerzas extraordinariamente poderosas que
solo el pueblo puede enfrentar y es en una ANC donde éste puede
verdaderamente expresarse, sobre todo si esa ANC se elije sobre bases
comiciales que reflejen la forma como la población realmente vive y
trabaja en el territorio, esto es, grupos de estatus o identitarios como
comunas, sindicatos, sectores, etc., y también por delegados de los
estados, municipios, etc., de acuerdo a la actual geometría territorial
de nuestro país. Ante el antagonismo político, ciego y prepotente, tanto
de algunos gobiernos prosistema como de una porción de la oposición
interna que solo aceptan tomar el poder inmediatamente, no queda otra
alternativa que adelantar el proceso constituyente aceptando someter la
constitución futura a un referéndum aprobatorio. No era necesario pero,
políticamente, es conveniente en aras de un mayor apoyo participación.
Esta es mi en este momento ante la controversia sobre la legalidad de la
convocatoria. Considero la convocatoria y la realización de una
Constituyente como un acto fundamentalmente político, en base a la
realidad y perspectivas del combate entre el Imperio Colectivo y su
cultura colonial/imperial y Venezuela con su rol histórico/libertario;
creo que ese es el asunto y que la discusión en base a una abstracción
legal es echarnos polvo en los ojos.
Como bien sabemos una
Constituyente, o mejor, un proceso constituyente, es un instrumento
socio/cultural que usa el ámbito político para institucionalizar el
diseño de un Proyecto País o para modificar sustancialmente la
Constitución vigente –que también fue en su momento producto del diseño
de un Proyecto País– dado que la trayectoria histórica ha planteado
retos y metas que no pueden alcanzarse dentro del marco institucional
vigente. El proceso constituyente es consecuencia del desarrollo de la crisis sistémica
en un estado territorial determinado que no ha culminado, más bien se
encuentra en estado efervescente y busca detener la acometida de las clases peligrosas
que violenta y sistemáticamente buscan imponer su proyecto país a
cualquier precio, proyecto que puede ser, según el caso, progresista o
retrógrado, como en nuestro presente. En los países semiperiféricos y
periféricos, cuando un grupo revolucionario o sencillamente progresista
alcanza el poder ejecutivo, las clases altas y medias alienadas son las
peligrosas, se resisten al cambio y su ideología racista les
impide tolerar que se destinen recursos y energía a corregir las
desigualdades y empoderar al pueblo, además de no admitir que se actúe
soberanamente, puesto que creen que su nacionalidad es un error espacial
de la cigüeña al depositarlos en un lugar equivocado. Ellos no se sienten ciudadanos de este país, piensan y actúan como miembros de una clase imperial. Los
estados capitalistas son cultural y estructuralmente racistas,
necesitan, para reproducir el Sistema, crear, como en efecto han creado,
una cultura donde el colonizado acepte los valores del colonizante; sin
ello el sistema no puede mantenerse. Por eso Venezuela, donde nos
estamos liberando cada vez más de esa mente colonial, es uno de los
enemigo a vencer.
La constitución de 1999 y el marco socio/cultural
En Venezuela estamos viviendo un proceso constituyente continuo desde
1999, cuando Hugo Chávez alcanzó la Presidencia de la Republica ondeando
un Proyecto País contenido en su programa de gobierno –La propuesta
de Hugo Chávez para trasformar a Venezuela, una revolución democrática–
que establecía cinco polos (o ámbitos) a desarrollar en su gobierno: el
político, el territorial, el internacional, el social y el económico.
Ese fue su compromiso electoral y empezó a cumplirlo desde el mismo día
en que fue juramentado. Si hacemos un ejercicio y buscamos en internet,
precisamente en youtube, las entrevistas y escritos hechos por los
candidatos en esa campaña, recomiendo la entrevista que le hizo Marcel
Granier a Chávez, pues allí se observa, visto desde nuestro presente,
que por primera vez en la historia de Venezuela un candidato habla con
honestidad, claridad y firmeza de su Proyecto País. No engañó a nadie, habló por el pueblo, su pueblo: habló por los pardos. Este solo hecho lo pintaba como antisistema: un enemigo del orden establecido.
La rebelión militar de 1992 precipitó la crisis del Proyecto Político de la partidocracia iniciado en 1959, acelerando la implosión del sistema institucional y del liderazgo partidista que impulsaba la democracia liberal, que fue y es, por su propia naturaleza, excluyente y representativa. Desde que inventaron el concepto “pueblo″ durante la Revolución Gloriosa de 1649
en Inglaterra –que derrocó al Rey e instauró un gobierno parlamentario
por primera vez en la historia– las clases dominantes han buscado que el
pueblo oprimido sea representado por los notables, los de arriba,
de cada momento histórico; caso particularmente notorio es el proceso
para crear la forma de gobierno y el proceso electoral en Estados Unidos
de Norteamérica después de la independencia, donde buscaron y
rebuscaron las formas más certeras de evitar que las clases peligrosas –los
desposeídos en todas sus formas –obreros, campesinos granjeros,
intelectuales, técnicos profesionales, pequeños y medianos empresarios,
etc.– pudieran organizarse y defender electoralmente sus intereses y,
potencialmente, ser gobierno. Por eso el liberalismo –como ideología del
capitalismo– excluye del real ejercicio del poder a las mayorías y lo
hace mediante la implantación de la democracia representativa, que en el
fondo es un instrumento para crear la ilusión de que al votar cada
cierto tiempo se está ejerciendo el poder. Chávez hablaba de la
democracia participativa y protagónica como la herramienta para
construir el poder comunal territorial, garantizando de esta manera a
las mayorías, a los de abajo, el ejercicio del poder diario y
permanente. No es un asunto de ir cada cierto tiempo a elegir
representantes entre los candidatos que nos muestra e impone el poder
fáctico/comunicacional, sino el ejercicio continuo y permanente de
decidir sobre la solución a nuestros problemas.
La
constitución de 1999 se hizo con la composición y correlación de fuerzas
propias del momento, pues con Chávez llegamos al gobierno un conjunto
de individualidades y grupos políticos que arropaban, por una parte, al
conjunto de luchadores por la revolución de los últimos cincuenta años
–grupo abigarrado con diferentes proyectos nacionales, pues incluso
dentro del equipo que desarrolló el programa de gobierno habían
diferencias importantes– y por la otra a los grupos militares que lo
apoyaron tanto en la insurgencia militar como en la contienda electoral y
a muchos grupos que solo buscaban acrecentar sus negocios con el
estado. El encuentro entre esas corrientes fue posterior a la llegada de
Chávez a la jefatura del Estado.
El movimiento liderado por
Hugo Chávez fue considerado “peligroso″ desde que emergió en 1992 y, en
consecuencia, combatido por los sectores que se beneficiaban y sostenían
el poder durante la IV Republica, desde los integrantes de los grupos de estatus que
componían el Estado hasta una amplia capa de las clases medias
cooptados por la ideología liberal e infectados por el racismo. El
problema era Chávez y sus grupos más cercanos, pues eran pardos,
miembros de una clase para ellos inferior y por ende incapaces de
gobernar. El fantasma, un gobierno de los pardos, que durante
doscientos años los amenazaba y desvelaba, volvía a aparecer después del
fiasco de la partidocracia. Allí estaban otra vez los pardos y en esta
oportunidad su dirigente no era un pardo con máscara blanca, era un
pardo auténtico que tal vez no pudieran neutralizar. Ese era y es el
problema con el gobierno bolivariano, no tanto las cosas que realmente
hace.stema institucional y del liderazgo partidista que impulsaba la democracia liberal, que fue y es, por su propia naturaleza, excluyente y representativa. Desde que i
Deseosos de moverse dentro de una nueva institucionalidad
que permitiera adelantar el proceso revolucionario en relativa paz,
Hugo Chávez y su equipo se lanzaron simultáneamente a impulsar la
constituyente y a atender los graves problemas que venían arrastrando los de abajo.
Es un problema que siempre se repite: cuando los mecanismos que
sostienen al poder constituido, que es fáctico y simbólico implosiona, los de abajo
irrumpen al foro político sembrando el desconcierto entre las capas
socio/culturales del centro hacia arriba, que tiemblan y vacilan entre
sostener el proceso de cambio o respaldar al viejo orden político. Si
respaldan el viejo orden el proceso que emerge puede ser detenido
mediante un golpe militar, cuestión que estuvo planteada y que Chávez
neutralizó moviendo las fichas militares, caso de la designación
temprana del General Raúl Salazar como Ministro de la Defensa. Esa
situación tan compleja e inédita, precipitó, tanto la convocatoria como
la corta duración de la Asamblea Constituyente. Recuérdese que frente a
un cambio abrupto, los poderosos siempre necesitan tiempo para que ellos
y sus cuadros recuperen el prestigio y la legitimidad que antes tenían.
Chávez no les dio ese tiempo. Mirando al pasado con visión
socio-histórica vemos que la implantación de constituciones había
sucedido muchas veces, pues desde 1811 hasta 1961 se promulgaron más de
treinta Constituciones, pero ninguna había provocado la incorporación de
los de abajo, de los pardos, como sujeto histórico. Implantar ese nuevo sujeto histórico pacíficamente, tal como lo intentó Chile en 1973, es el mayor reto al universalismo euro centrista que los abajo podemos hacer.
Otro tema socio-histórico a resolver fue la necesaria incorporación de un Proyecto Nacional antisistema
a la Constitución, lo cual no se hizo, sencillamente porque no se
tenía; estaba y está todavía en construcción, pues lamentablemente fue y
es una construcción lenta, ya que la agenda política lo coloca al
margen. Esa es, a mi juicio, la mayor dificultad que tenemos para poder
realizar un amplio debate a nivel nacional, debate que empezaría, para
stema institucional y del liderazgo partidista que impulsaba la democracia liberal, que fue y es, por su propia naturaleza, excluyente y representativa. Desde que icrear masa crítica mediante la convocatoria del archipiélago
izquierdista a la tarea de diseñar ese proyecto político. Si se tuviese
una propuesta para ponerla en la mesa, las conversaciones podrían
organizarse en forma práctica y llegar a un Proyecto estratégico común
de la izquierda, lo cual permitiría un juego de agrupaciones o partidos
que contendieran por aplicar el Proyecto según sus visiones tácticas y
procedimentales, compartiendo las líneas estratégicas de la Revolución.
Habría un juego de actores de izquierda donde unos serían gobierno y
otros oposición, reconociéndose como tales y abriendo espacios de
respeto y entendimiento. De esta manera se rompería la polarización con la derecha como
el único adversario, sería una arena política pluripolar y romperíamos
la tendencia a que todos los descontentos vayan a nutrir a esa derecha
que no reconoce a los pardos. Entonces el descontento y el deseo de
cambio inherente a vivir en sociedades capitalistas, se imputaría a las
causas verdaderas y no al gobierno revolucionario.
Es bueno
recordar la constitución de 1961 que precedió a la bolivariana. Esa
Constitución pretendió modificar el diseño institucional del período
propiamente perezjimenista, iniciado en 1953 cuando éste fue designado
Presidente por la Asamblea Constituyente de ese año, pero realmente solo
tocó detalles que pretendían atacar los problemas políticos del
momento, como era la designación del nuevo Presidente, manteniendo la
exclusión de las mayorías y robusteciendo el carácter presidencialista
del Estado Venezolano, sobre todo cuando la Constitución de 1961 mantuvo
lo establecido en la Constitución de 1953 en el artículo 99: “ Lo
relativo al Gobierno y a la Administración Nacionales no atribuidos por
esta Constitución a otra autoridad, compete al Poder Ejecutivo Nacional ″
Recordemos el proceso ocurrido entre el 23 de enero de 1958 y
el 23 de enero de 1961 cuando se promulgó la nueva Constitución. Se
inició el primero de diciembre con el levantamiento militar del
Comandante Hugo Trejo, que duró un día al ser detenido el dos de
diciembre. Su acción detonó las contradicciones entre Pérez Jiménez y la
oligarquía nacional, el clero y los Estados Unidos; al visualizarse la
crisis en el estamento dominante los de abajo se lanzaron a la
calle a manifestar su descontento y reclamar un cambio, todo lo cual
condujo a una inestabilidad del régimen militar que se fue profundizando
hasta culminar el 23 de enero con la huida de Pérez Jiménez. Cuando los
propietarios, el clero y USA lograron sacar a Pérez Jiménez, los de
abajo irrumpieron con fuerza y hubo de implantarse un controvertido
“plan de emergencia″ que dirigió el posteriormente mirista Celso
Fortoul (el ingeniero poeta), el cual, unido a la efervescencia popular
que deseaba un cambio profundo y estructural creó una situación revolucionaria, que solo la rápida implantación de unas elecciones liberales el mismo año 1958, unida a la “ceguera″ de la izquierda que disolvió la junta patriótica
ampliándola con diversos elementos de las clases medias altas, pudo
contener el avance de la Revolución, dando tiempo para preparar la
contrarrevolución que adelantaron los sucesivos gobiernos del pacto de puntofijo,
pero sobre todo los gobiernos de Betancourt y Leoni que lo hicieron a
sangre y fuego. No se planteó, como lo hizo Chávez, adelantar primero
una Constituyente y luego la elección, pues la rapidez con que se
implantara el juego electoral desarmaba a la izquierda ante el liderazgo
tradicional, tal como ocurrió. La constitución de 1961 la hizo un
Congreso elegido bajo las normas de la Constitución de 1953 y al pueblo,
a los de abajo, no se les permitió participar, fueron a las gradas en un estadio donde se diseñaba el futuro.
La constitución de 1999 y el Proyecto Nacional actual.
El Movimiento bolivariano se lanzó a convocar la Asamblea Constituyente
del 99 sin tener claridad sobre su Proyecto Nacional y sus objetivos
territoriales, esto es, el diseño institucional y la organización
socio/cultural a construir para crear una nueva territorialidad.
Repartió sus cuadros entre los constituyentistas y el equipo de
gobierno, con pocos vasos comunicantes entre ellos y así, mientras en el
gobierno se luchaba por definir los elementos del Proyecto Nacional,
desde el punto de vista del modelo territorial socioproductivo e
institucional, en la Asamblea se buscaba darle forma al Estado desde la
visión social, jurídica y política: nos dejamos atrapar por el principio
capitalista de las dos culturas y no establecimos una base
interdisciplinaria y un Proyecto Cultural compartido. Como no hubo
claridad acerca de lo que se buscaba, se apuró el término de la
constituyente y fuimos a elecciones para elegir los cinco nuevos poderes
que conformaban el andamiaje del Estado. Había mucho de nuevo en lo
social y en el espíritu democrático que lo impregnaba todo, pero poco en
la geometría del poder y en el diseño de la estructura del nuevo
modelo territorial/productivo. La lucha que se libró fuera de la
constituyente para direccionar al gobierno fue intensa y se manifestó en
derivas cambiantes en cuanto al modelo socio/productivo y sus soportes
infraestructurales: lo energético, los transportes, las comunicaciones,
lo hídrico y el hábitat (sistema de ciudades o sistema urbano regional)
También debemos considerar cómo evolucionaba el Sistema Capitalista
Mundial, por aquello de que quien se desarrolla y camina por la historia
es el sistema mundial, cambiando la cultura hegemónica y la división
axial del trabajo entre los países que lo integran, no los Estados por
separado. Ese fue nuestro caso en la década de 1970 cuando el Sistema
Mundo sufrió un ajuste en su estructura debido a las consecuencias de la revolución cultural de 1968, que materializaba la merma de la hegemonía estadounidense: USA se salió del patrón oro, denuncio los acuerdos de Bretton Woods dando inicio a la financiarización (dominio del capital financiero sobre el industrial, de la economía casino sobre la material)
como nueva etapa del Capitalismo. Una vuelta a la tuerca. Sobre nuestro
país se abatió el boom petrolero de 1973, inundándonos de divisas por
la subida del precio del petróleo y, paradójicamente, endeudándonos
mediante préstamos abundantes, producto de de esos mismos petrodólares
que a escala mundial se concentraron en la banca occidental, la cual, en
jugada maestra fríamente diseñada, los irradió al mundo como los
préstamos que crearían el mundo de la deuda externa nacional. Fue un
diseño del Capital para estatizar las deudas y de esa manera abatir la
soberanía de los estados territoriales al subordinarlos a las redes
financieras. En Venezuela el punto de inflexión para precipitar
la caída abrupta, ocurrió en 1983 con la primera gran devaluación de
nuestro signo monetario y la caída bajo el dominio de la financiarización,
que marcó el dominio del Capital bancario en nuestra economía,
provocando la contracción y prácticamente desaparición de la economía
material y el florecimiento de la economía especulativa tipo casino. Privó una subcultura dominada por valores especulativos y transnacionales en cabeza de la Oligarquía y las nacientes nuevas clases medias,
quienes estaban ligadas al sector importación/exportación/financiero
especulativo por intermedio del aparato burocrático, tanto del sector
estatal como del privado, que estaba y está formado por actores que
tienen un origen semejante, parecida educación y la misma subcultura.
La Constitución fue un gran avance, pienso que el posible, dada la
correlación de fuerzas existente y la falta de un Proyecto Nacional
concreto como guía, pero abrió el camino, fue una cajita de pandora que
abrió paso al pueblo y la revolución. El pensamiento prosistema, ideario
en general de la derecha se movió a sus anchas, contenido única y
objetivamente por la cultura parda del Presidente Chávez, quien, por su
imaginario y valores, desconfiaba y muchas veces discrepaba del sentido común reinante,
con lo cual representaba en buena medida el pensamiento antisistema.
Una anécdota: recuerdo el Consejo de Ministro donde se discutió la
última de las leyes habilitantes del 2001, la ley de pesca, que sometida
a debate generó varias posiciones, destacándose la de Luis Miquelena
que la negaba, afirmando, además, que sería el detonante para una
situación de crisis; sometida a votación fue aprobada con su solo voto
en contra; lo demás es historia: al concluir el Consejo de Ministros en
diciembre 2001 el Presidente llamó a cadena nacional de radio y
televisión e informó a la nación sobre la aprobación de las 41 leyes, en
enero renunció Miquelena y ya estaba en camino el golpe de abril.
Constitución y Proyecto Nacional
El golpe de abril del 2002 significó un quiebre en la historia política
de Venezuela, pues si bien es cierto que desde la Independencia Caracas
es el símbolo del Poder, pues allí está la sede de los poderes públicos
incluyendo la presidencia, la irrupción de la clase media alta en
poderosas manifestaciones (sobre todo en la capital) muy politizadas,
puso de manifiesto la presencia de un nuevo actor político que no suele
aparecer en los análisis tradicionales y que emerge de la dinámica misma
del Sistema Mundial. Creo que esto se debe a que los Estados
territoriales, los cuales conforman los elementos más importantes de la
estructura del Sistema Capitalista Mundial y que por la naturaleza de
sus redes ocupan lugares diferentes en la pirámide distributiva de la
riqueza: los países centrales (los anteriormente colonizantes) extraen
riqueza de los periféricos (las antiguas colonias) y son cada vez más
ricos; a la par la población urbana tiende cada vez más a concentrarse,
pero esta concentración también es desigual y en sentido contrario, es
mayor en los países periféricos y semiperiféricos que en los centrales y
la distribución de la pirámide clasista en los espacios urbanos también
es diferente.
No vamos a discutir en profundidad las
características de las ciudades en Venezuela, lo haremos en un próximo
trabajo, pero sí quisiéramos decir que nuestro «sistema regional/urbano»
emergió bajo el patrón de los países periféricos del Sistema
Capitalista Mundial (economía mundo según Wallerstein y
Espacio/tiempo/cultural/mundial según la unidad de trabajo que propongo)
y ha evolucionado demoniacamente hacia una concentración de la
población en pequeñas y determinadas regiones del territorio, al extremo
que el eje norte-costero concentra más del 70% de la población total de
nuestro país. Como además de periférico –y por ende conectados con los
países centrales mediante relaciones de intercambio desiguales– somos
desde hace un siglo una región petrolera y un Estado presidencialista
que concentra el aparato para distribuir la renta en el área
metropolitana (de Guarenas-Guatire hasta la Victoria y desde el mar
Caribe hasta la cordillera de la costa) conformando un atractor para
toda la población, pero sobre todo para las clases medias altas con su
componente tecno-profesional y las muy pobres acuciadas por la miseria.
Hemos llegado, en consecuencia, a abrigar en la gran Caracas más
del 60% de la población del eje norte-costero, esto es, unos doce
millones de habitantes, distribuidos en dos Caracas (propongo una ciudad
capital, dos Caracas históricas: una al oeste de Chacaíto y otra al
este) que podríamos estimar en 60% para la Caracas del oeste y 40% para
la del este. Si el tramo poblacional para las clases medias y la
Oligarquía es de un 40% a escala nacional, en la Caracas del este sería
mayor (debido a la condiciones petrolero/rentista), digamos un 50%;
entonces estaríamos hablando de ± 2,400.000 personas, que como conjunto
socio/cultural, internaliza el racismo más profundo y el desprecio por
lo nacional, por lo que con dinero y apoyo no debiera ser difícil
concentrar, en momentos de arrebato político, ingentes multitudes de más
de medio millón de personas que clamen por un cambio –su cambio– cifra
que está lejos de lo logrado hasta ahora por esta corriente que apoya al
sistema dominante, que apenas llega a concentrar unas treinta o
cuarenta mil personas.
Podemos concluir que la evolución
negativa del Estado rentista se ha exacerbado en los últimos diez y ocho
años, sobre todo por el abandono del proyecto de desconcentración
territorial que formó parte del Proyecto Político primigenio de Hugo
Chávez y la prolongación del patrón histórico de concentración/colonial
de nuestros espacios, creando, así, una fuerte inestabilidad
institucional que facilita la política de nuestro real enemigo, el
Imperio y la clase imperial.
El nuevo marco socio/cultural
Durante los últimos 18 años Venezuela ha sido un ejemplo indeseable y
peligroso para el Sistema Capitalista Mundial, pues su lucha en defensa
de la soberanía de los estados, su papel en el diseño de mecanismos para
la integración de Suramérica y el Caribe, así como sus éxitos en la
lucha contra la pobreza y la desigualdad mediante la aplicación de la
nueva democracia participativa y protagónica, más su inserción exitosa
al nuevo orden mundial pluripolar que emerge como alternativa al Sistema
Mundial hegemonizado por la triada Imperialista (USA, Europa y Japón),
nos convirtieron en un símbolo, tanto para las naciones oprimidas como
para los de abajo en todas las latitudes. Es más que suficiente para que las oligarquías del mundo nos odien e intenten liquidarnos.
El proceso bolivariano emerge al mundo en 1992 con la rebelión militar
comandada por Hugo Chávez y, desde ese momento, alumbra la historia como
llama revolucionaria, como un movimiento político con profundas raíces
en el imaginario Suramericano y del Caribe, que se enraíza con la gesta
libertadora del siglo XIX. En ese momento el neoliberalismo reinaba en
el Sistema Capitalista Mundial: habían pasado 27 años de la visita de
Nixon a China, 26 del retiro de USA de la dependencia del patrón oro y
del golpe contra Allende y 23 del golpe de Videla en Argentina, eventos
que son galones del caminar hacia la imposición de la ideología liberal
al Mundo, como base ideológica de la hegemonía estadounidense en el
Sistema Capitalista Mundial. Allí se instaló la nueva política
estadounidense de eliminar la soberanía de los estados territoriales,
para que la financiarización, como economía de casino, reinara
sobre la economía material (real) de países como China, Brasil, Rusia e
India en el rol de semipérifericos, es decir, el Imperio colectivo
maneja las finanzas, los semipérifericos la producción material y los
periféricos suministran las materias primas. Fue la década del fin de la historia (Fucuyama), del no hay alternativas (Margaret Tacher y Ronald Reagan) y de la Agenda Venezuela
(Rafael Caldera), un momento sombrío para los pueblos oprimidos del
mundo, pues realmente, viendo la guerra criminal contra Irak, parecía
que no había esperanzas ni alternativas, sin embargo, de esas sombras,
emergió el movimiento bolivariano con Hugo Chávez a la cabeza. No es
poca cosa.
En estos 18 años el proceso bolivariano ha impactado
al mundo motorizando los movimientos antisistémicos y acelerando el
tiempo histórico, pues el tiempo socio/cultural no es igual al
cronológico, se acelera en los momentos de bifurcación sistémica cuando
pequeñas causas generan grandes efectos. Así fue: cambió el mapa
político, sobre todo en nuestra América y una ola de movimientos de
izquierda llegaron al poder político y muchos de ellos se plantearon
procesos constituyentes (Bolivia y Ecuador) para marcar la ruta
transformadora. Pero también se proyectó a otras latitudes y está
presente en las luchas populares de Francia, España y muchos otros
países.
Ahora en 2017 el mundo es otro y las institucionalidad
que creamos en 1999 ya no ayuda a manejar positivamente la crisis
socio/cultural que cada vez es más profunda y más •••••••compleja, tanto en el
Sistema Mundo, como en América y en nuestro país. Necesitamos una nueva
institucionalidad, otro marco constitucional, diseñado teniendo presente
las faltas que impidieron que la Constitución de 1999 sea aplicable a
la nueva geometría socio/política que necesitamos. No podemos olvidar
que ni el Imperio ni la clase imperial reconocieron nuestro
derecho a gobernar, nunca lo han aceptado: bolivianos, ecuatorianos,
nicaragüenses, guatemaltecos, cubanos y venezolanos no pueden gobernar
para sus pueblos, somos, para ellos, aves de paso, unos intrusos que
deben eliminarse.
Las tareas que enfrentamos desde 1999 son muy
difíciles, pues en una época de transición de un sistema social a otro u
otros, reina tanto la incertidumbre como la creatividad y es el momento
del pensamiento científico riguroso, que es complejo y participativo.
Tenemos que cambiar nuestra percepción del mundo y actuar en
consecuencia, y operar con los tres niveles dialécticamente concatenados
–la verdad, lo bello y lo bueno– que permiten tener una nueva
percepción de la vida, esto es, analizar lo más científica y
sistémicamente posible la totalidad en busca de la verdad, apoyarnos en
los sentimientos y las emociones, para, como personas morales y éticas
que somos, buscar el bien y la belleza y, finalmente, como políticos, y
con los pies en la tierra y mirada lejana, unificar los tres patrones de
valor, histórica y culturalmente creados.
Creemos que
adelantar un proceso constituyente que culmine en una nueva constitución
es el camino correcto, pero, debido a la situación política nacional y
regional, no solo debemos blindarlo trabajando con transparencia, sino
convertirlo en un foro político-socio/cultural donde se debata con
amplitud, no solo entre los constituyentes, también y simultáneamente
con funcionarios del gobierno y con intelectuales y dirigentes sociales.
Debe ser un foro nacional e internacional (debería invitarse a
intelectuales y dirigentes importantes) de pensamiento, planificación y
acción que llene de luz a Venezuela y a nuestra América y apunte con
fuerza a esa nueva institucionalidad que los países periféricos
reclaman.
No creo que el proceso constituyente deba ser breve,
al contrario, necesitamos tiempo para que ese gran foro se desarrolle y
culmine la gran tarea encomendada, que no es otra que diseñar el
Proyecto Nacional de nuestra moderna revolución, de tal manera que
influya en todos los países del mundo y ayude a canalizar su camino. Ese
es nuestro verdadero escudo.
Una sugerencia para los constituyentes.
Como dijimos el elemento fundamental de esta constituyente debería ser
la elaboración y puesta en funcionamiento del actual y nuevo Proyecto
Nacional, pues en él se compendian todos los temas que nos afectan.
Veamos cuales son los ámbitos donde desarrollar la planificación
radical. Son nueve, todos territoriales, cuatro operan sobre el
territorio y cinco son las infraestructuras que los interconectan con el
mismo, ellas son:
1.- Actividades productivas. Comprenden: agricultura, ganadería, explotación forestal, pesca, minería, construcción e industria de transformación.
2.- Servicios sociales. Comprenden: salud, educación, información y entretenimiento, redes de protección social, turismo y deportes.
3.- Instrumento de gestión económica y social. Comprenden:
la asignación de recursos, justicia y seguridad, representación
política, actores sociales y reglamentación internacional.
4.- Intermediación comercial y financiera. Sistema
bancario, tanto estatal/nacional como regional/local. Todo el sistema
dirigido por el Banco Nacional de Desarrollo bajo la guía del Ministerio
de Planificación o de una Comisión presidencial supraministerial.
5.- Las cinco infraestructuras territoriales. Son la energía, el agua, los transportes, los asentamientos humanos y los sistemas de comunicación e información.
Todos estos elementos están concatenados, se interconectan e
interinfluyen constante y permanentemente, pues son partes de un todo en
eterno movimiento. Conforman un sistema complejo vivo y por eso, si
queremos estudiar uno de los ítems, por ejemplo la salud en el punto 2,
vemos que el resto de los elementos de ese punto están profundamente
relacionados, pero también lo están los componentes de los otros puntos.
Total, no podemos ni analizarlo y mucho menos actuar sobre él, sin
tomar en consideración la totalidad. Por eso la planificación es
fundamental, es como construir un cerebro que maneje todo el cuerpo
social. En el cerebro está todo y ese es el reino de la cultura. La
cultura es lo humano, su impulso vital; allí decidimos qué es un bien o
un servicio, qué es bueno o malo, qué es bello y qué no lo es y qué es
verdadero o falso. No olvidemos que los sistemas vivos se estimulan, no
se dirigen, y que si pretendemos regir linealmente los procesos en los
diferentes ámbitos de la Reproducción Social fracasaremos, al
igual que lo han hecho todos los países que integran el Sistema Mundial
donde muchos han crecido pero ninguno ha dinamizado plenamente la
potencialidad humana.
El elemento vital, lo que mueve este
proceso es el cambio cultural, la revolución cultural de la que tanto
hablamos y pareciera que poco comprendemos, pues de manera extraña pero
constante, usamos el concepto para referirnos a las artes, poniendo de
esta manera el mundo al revés. En verdad la Cultura es una amplia red de
conversaciones que trasmiten significados y es lo que determina la
interpretación que damos a lo que percibimos del mundo en que vivimos;
todo cuanto nos estimula, desde una sensación del medio natural hasta
una conversación o una imagen, son manejados por procesos cerebrales y
se convierten en una percepción, donde intervienen tanto nuestros
sentimientos y emociones como nuestra racionalidad y la historia de la
especie, por eso la percepción que tenemos del mundo es histórica,
contextual y relativa. Si aceptamos esta visión, debemos concluir que el
diseño de un Proyecto país es una tarea que requiere un cambio
revolucionario en las estructuras de nuestro espacio/tiempo/cultural.
Esa es la Revolución que está planteada y los lineamientos que surjan de
la Asamblea Nacional Constituyente, tomados desde el emocionar y la
racionalidad concreta, se deben materializar en objetos materiales e
inmateriales, tales como libros, arte, obras de ingeniera, deportes y
las tantas cosas que componen el mundo de la cultura.
Ojalá no
cometamos los mismos errores que en 1999 y sepamos repartir las tareas
entre la constituyente y el conocimiento acumulado por la revolución. El
trabajo es en dos frentes: gobierno elaborando los contenidos
sistémicos del Proyecto Nacional para que la Revolución avance, mediante
una amplísima consulta que provoque debates creadores, y la ANC
acogiendo estas propuestas para estudiarlas y convertirlas en
disposiciones político/jurídicas. Recordemos lo que dice Evo Morales
sobre un proceso revolucionario: no mentir, explicar claramente las
cosas que hacemos y deslastrarnos de vicios como la triquiñuela y la
componenda.
El proceso constituyente que estamos iniciando, es
fruto de las transformaciones ocurridas, tanto en el
Espacio-tiempo/cultural mundial como en nuestra América y en Venezuela.
Hemos sido actores en este proceso y actores importantes, por
consiguiente el análisis de nuestros aciertos y errores en ese caminar
es trascendente. Nos ven y nos vemos como una rica provincia
extractivista con una historia gloriosa que vive una profunda crisis
política, la cual, a nuestro juicio, es consecuencia de la contradicción
entre tener una fuente de riqueza que solo se realiza en el mer•••••••cado
mundial y depende del desarrollo de la ciencia y la tecnología en ese
ámbito, y las necesidades integrales de la población que realmente vive
en nuestro territorio con la cultura impuesta por el pasado
colonial/rentista. El cambio hacia una cultura que nos delinee desde el
ahora un Proyecto país con una política territorial e
institucional que busque la soberanía alimentaria y la consecución de
los bienes salariales, mediante el desarrollo industrioso tanto del
campo como de la ciudad, servidos por una red bancaria nacionalizada y
desconcentrada y que rediseñe el modelo minero, petrolero y gasífero,
nos hará salir revolucionariamente de la crisis
miciales que reflejen la forma como la población realmente vive y
trabaja en el territorio, esto es, grupos de estatus o identitarios como
comunas, sindicatos, sectores, etc., y también por delegados de los
estados, municipios, etc., de acuerdo a la actual geometría territorial
de nuestro país. Ante el antagonismo político, ciego y prepotente, tanto
de algunos gobiernos prosistema como de una porción de la oposición
interna que solo aceptan tomar el poder inmediatamente, no queda otra
alternativa que adelantar el proceso constituyente aceptando someter la
constitución futura a un referéndum aprobatorio. No era necesario pero,
políticamente, es conveniente en aras de un mayor apoyo participación.
Esta es mi en este momento ante la controversia sobre la legalidad de la
convocatoria. Considero la convocatoria y la realización de una
Constituyente como un acto fundamentalmente político, en base a la
realidad y perspectivas del combate entre el Imperio Colectivo y su
cultura colonial/imperial y Venezuela con su rol histórico/libertario;
creo que ese es el asunto y que la discusión en base a una abstracción
legal es echarnos polvo en los ojos.
Como bien sabemos una
Constituyente, o mejor, un proceso constituyente, es un instrumento
socio/cultural que usa el ámbito político para institucionalizar el
diseño de un Proyecto País o para modificar sustancialmente la
Constitución vigente –que también fue en su momento producto del diseño
de un Proyecto País– dado que la trayectoria histórica ha planteado
retos y metas que no pueden alcanzarse dentro del marco institucional
vigente. El proceso constituyente es consecuencia del desarrollo de la crisis sistémica
en un estado territorial determinado que no ha culminado, más bien se
encuentra en estado efervescente y busca detener la acometida de las clases peligrosas
que violenta y sistemáticamente buscan imponer su proyecto país a
cualquier precio, proyecto que puede ser, según el caso, progresista o
retrógrado, como en nuestro presente. En los países semiperiféricos y
periféricos, cuando un grupo revolucionario o sencillamente progresista
alcanza el poder ejecutivo, las clases altas y medias alienadas son las
peligrosas, se resisten al cambio y su ideología racista les
impide tolerar que se destinen recursos y energía a corregir las
desigualdades y empoderar al pueblo, además de no admitir que se actúe
soberanamente, puesto que creen que su nacionalidad es un error espacial
de la cigüeña al depositarlos en un lugar equivocado. Ellos no se sienten ciudadanos de este país, piensan y actúan como miembros de una clase imperial. Los
estados capitalistas son cultural y estructuralmente racistas,
necesitan, para reproducir el Sistema, crear, como en efecto han creado,
una cultura donde el colonizado acepte los valores del colonizante; sin
ello el sistema no puede mantenerse. Por eso Venezuela, donde nos
estamos liberando cada vez más de esa mente colonial, es uno de los
enemigo a vencer.
La constitución de 1999 y el marco socio/cultural
En Venezuela estamos viviendo un proceso constituyente continuo desde
1999, cuando Hugo Chávez alcanzó la Presidencia de la Republica ondeando
un Proyecto País contenido en su programa de gobierno –La propuesta
de Hugo Chávez para trasformar a Venezuela, una revolución democrática–
que establecía cinco polos (o ámbitos) a desarrollar en su gobierno: el
político, el territorial, el internacional, el social y el económico.
Ese fue su compromiso electoral y empezó a cumplirlo desde el mismo día
en que fue juramentado. Si hacemos un ejercicio y buscamos en internet,
precisamente en youtube, las entrevistas y escritos hechos por los
candidatos en esa campaña, recomiendo la entrevista que le hizo Marcel
Granier a Chávez, pues allí se observa, visto desde nuestro presente,
que por primera vez en la historia de Venezuela un candidato habla con
honestidad, claridad y firmeza de su Proyecto País. No engañó a nadie, habló por el pueblo, su pueblo: habló por los pardos. Este solo hecho lo pintaba como antisistema: un enemigo del orden establecido.
La rebelión militar de 1992 precipitó la crisis del Proyecto Político de la partidocracia iniciado en 1959, acelerando la implosión del sistema institucional y del liderazgo partidista que impulsaba la democracia liberal, que fue y es, por su propia naturaleza, excluyente y representativa. Desde que inventaron el concepto “pueblo″ durante la Revolución Gloriosa de 1649
en Inglaterra –que derrocó al Rey e instauró un gobierno parlamentario
por primera vez en la historia– las clases dominantes han buscado que el
pueblo oprimido sea representado por los notables, los de arriba,
de cada momento histórico; caso particularmente notorio es el proceso
para crear la forma de gobierno y el proceso electoral en Estados Unidos
de Norteamérica después de la independencia, donde buscaron y
rebuscaron las formas más certeras de evitar que las clases peligrosas –los
desposeídos en todas sus formas –obreros, campesinos granjeros,
intelectuales, técnicos profesionales, pequeños y medianos empresarios,
etc.– pudieran organizarse y defender electoralmente sus intereses y,
potencialmente, ser gobierno. Por eso el liberalismo –como ideología del
capitalismo– excluye del real ejercicio del poder a las mayorías y lo
hace mediante la implantación de la democracia representativa, que en el
fondo es un instrumento para crear la ilusión de que al votar cada
cierto tiempo se está ejerciendo el poder. Chávez hablaba de la
democracia participativa y protagónica como la herramienta para
construir el poder comunal territorial, garantizando de esta manera a
las mayorías, a los de abajo, el ejercicio del poder diario y
permanente. No es un asunto de ir cada cierto tiempo a elegir
representantes entre los candidatos que nos muestra e impone el poder
fáctico/comunicacional, sino el ejercicio continuo y permanente de
decidir sobre la solución a nuestros problemas.
La
constitución de 1999 se hizo con la composición y correlación de fuerzas
propias del momento, pues con Chávez llegamos al gobierno un conjunto
de individualidades y grupos políticos que arropaban, por una parte, al
conjunto de luchadores por la revolución de los últimos cincuenta años
–grupo abigarrado con diferentes proyectos nacionales, pues incluso
dentro del equipo que desarrolló el programa de gobierno habían
diferencias importantes– y por la otra a los grupos militares que lo
apoyaron tanto en la insurgencia militar como en la contienda electoral y
a muchos grupos que solo buscaban acrecentar sus negocios con el
estado. El encuentro entre esas corrientes fue posterior a la llegada de
Chávez a la jefatura del Estado.
El movimiento liderado por
Hugo Chávez fue considerado “peligroso″ desde que emergió en 1992 y, en
consecuencia, combatido por los sectores que se beneficiaban y sostenían
el poder durante la IV Republica, desde los integrantes de los grupos de estatus que
componían el Estado hasta una amplia capa de las clases medias
cooptados por la ideología liberal e infectados por el racismo. El
problema era Chávez y sus grupos más cercanos, pues eran pardos,
miembros de una clase para ellos inferior y por ende incapaces de
gobernar. El fantasma, un gobierno de los pardos, que durante
doscientos años los amenazaba y desvelaba, volvía a aparecer después del
fiasco de la partidocracia. Allí estaban otra vez los pardos y en esta
oportunidad su dirigente no era un pardo con máscara blanca, era un
pardo auténtico que tal vez no pudieran neutralizar. Ese era y es el
problema con el gobierno bolivariano, no tanto las cosas que realmente
hace.
Deseosos de moverse dentro de una nueva institucionalidad
que permitiera adelantar el proceso revolucionario en relativa paz,
Hugo Chávez y su equipo se lanzaron simultáneamente a impulsar la
constituyente y a atender los graves problemas que venían arrastrando los de abajo.
Es un problema que siempre se repite: cuando los mecanismos que
sostienen al poder constituido, que es fáctico y simbólico implosiona, los de abajo
irrumpen al foro político sembrando el desconcierto entre las capas
socio/culturales del centro hacia arriba, que tiemblan y vacilan entre
sostener el proceso de cambio o respaldar al viejo orden político. Si
respaldan el viejo orden el proceso que emerge puede ser detenido
mediante un golpe militar, cuestión que estuvo planteada y que Chávez
neutralizó moviendo las fichas militares, caso de la designación
temprana del General Raúl Salazar como Ministro de la Defensa. Esa
situación tan compleja e inédita, precipitó, tanto la convocatoria como
la corta duración de la Asamblea Constituyente. Recuérdese que frente a
un cambio abrupto, los poderosos siempre necesitan tiempo para que ellos
y sus cuadros recuperen el prestigio y la legitimidad que antes tenían.
Chávez no les dio ese tiempo. Mirando al pasado con visión
socio-histórica vemos que la implantación de constituciones había
sucedido muchas veces, pues desde 1811 hasta 1961 se promulgaron más de
treinta Constituciones, pero ninguna había provocado la incorporación de
los de abajo, de los pardos, como sujeto histórico. Implantar ese nuevo sujeto histórico pacíficamente, tal como lo intentó Chile en 1973, es el mayor reto al universalismo euro centrista que los abajo podemos hacer.
Otro tema socio-histórico a resolver fue la necesaria incorporación de un Proyecto Nacional antisistema
a la Constitución, lo cual no se hizo, sencillamente porque no se
tenía; estaba y está todavía en construcción, pues lamentablemente fue y
es una construcción lenta, ya que la agenda política lo coloca al
margen. Esa es, a mi juicio, la mayor dificultad que tenemos para poder
realizar un amplio debate a nivel nacional, debate que empezaría, para
crear masa crítica mediante la convocatoria del archipiélago
izquierdista a la tarea de diseñar ese proyecto político. Si se tuviese
una propuesta para ponerla en la mesa, las conversaciones podrían
organizarse en forma práctica y llegar a un Proyecto estratégico común
de la izquierda, lo cual permitiría un juego de agrupaciones o partidos
que contendieran por aplicar el Proyecto según sus visiones tácticas y
procedimentales, compartiendo las líneas estratégicas de la Revolución.
Habría un juego de actores de izquierda donde unos serían gobierno y
otros oposición, reconociéndose como tales y abriendo espacios de
respeto y entendimiento. De esta manera se rompería la polarización con la derecha como
el único adversario, sería una arena política pluripolar y romperíamos
la tendencia a que todos los descontentos vayan a nutrir a esa derecha
que no reconoce a los pardos. Entonces el descontento y el deseo de
cambio inherente a vivir en sociedades capitalistas, se imputaría a las
causas verdaderas y no al gobierno revolucionario.
Es bueno
recordar la constitución de 1961 que precedió a la bolivariana. Esa
Constitución pretendió modificar el diseño institucional del período
propiamente perezjimenista, iniciado en 1953 cuando éste fue designado
Presidente por la Asamblea Constituyente de ese año, pero realmente solo
tocó detalles que pretendían atacar los problemas políticos del
momento, como era la designación del nuevo Presidente, manteniendo la
exclusión de las mayorías y robusteciendo el carácter presidencialista
del Estado Venezolano, sobre todo cuando la Constitución de 1961 mantuvo
lo establecido en la Constitución de 1953 en el artículo 99: “ Lo
relativo al Gobierno y a la Administración Nacionales no atribuidos por
esta Constitución a otra autoridad, compete al Poder Ejecutivo Nacional ″
Recordemos el proceso ocurrido entre el 23 de enero de 1958 y
el 23 de enero de 1961 cuando se promulgó la nueva Constitución. Se
inició el primero de diciembre con el levantamiento militar del
Comandante Hugo Trejo, que duró un día al ser detenido el dos de
diciembre. Su acción detonó las contradicciones entre Pérez Jiménez y la
oligarquía nacional, el clero y los Estados Unidos; al visualizarse la
crisis en el estamento dominante los de abajo se lanzaron a la
calle a manifestar su descontento y reclamar un cambio, todo lo cual
condujo a una inestabilidad del régimen militar que se fue profundizando
hasta culminar el 23 de enero con la huida de Pérez Jiménez. Cuando los
propietarios, el clero y USA lograron sacar a Pérez Jiménez, los de
abajo irrumpieron con fuerza y hubo de implantarse un controvertido
“plan de emergencia″ que dirigió el posteriormente mirista Celso
Fortoul (el ingeniero poeta), el cual, unido a la efervescencia popular
que deseaba un cambio profundo y estructural creó una situación revolucionaria, que solo la rápida implantación de unas elecciones liberales el mismo año 1958, unida a la “ceguera″ de la izquierda que disolvió la junta patriótica
ampliándola con diversos elementos de las clases medias altas, pudo
contener el avance de la Revolución, dando tiempo para preparar la
contrarrevolución que adelantaron los sucesivos gobiernos del pacto de puntofijo,
pero sobre todo los gobiernos de Betancourt y Leoni que lo hicieron a
sangre y fuego. No se planteó, como lo hizo Chávez, adelantar primero
una Constituyente y luego la elección, pues la rapidez con que se
implantara el juego electoral desarmaba a la izquierda ante el liderazgo
tradicional, tal como ocurrió. La constitución de 1961 la hizo un
Congreso elegido bajo las normas de la Constitución de 1953 y al pueblo,
a los de abajo, no se les permitió participar, fueron a las gradas en un estadio donde se diseñaba el futuro.
La constitución de 1999 y el Proyecto Nacional actual.
El Movimiento bolivariano se lanzó a convocar la Asamblea Constituyente
del 99 sin tener claridad sobre su Proyecto Nacional y sus objetivos
territoriales, esto es, el diseño institucional y la organización
socio/cultural a construir para crear una nueva territorialidad.
Repartió sus cuadros entre los constituyentistas y el equipo de
gobierno, con pocos vasos comunicantes entre ellos y así, mientras en el
gobierno se luchaba por definir los elementos del Proyecto Nacional,
desde el punto de vista del modelo territorial socioproductivo e
institucional, en la Asamblea se buscaba darle forma al Estado desde la
visión social, jurídica y política: nos dejamos atrapar por el principio
capitalista de las dos culturas y no establecimos una base
interdisciplinaria y un Proyecto Cultural compartido. Como no hubo
claridad acerca de lo que se buscaba, se apuró el término de la
constituyente y fuimos a elecciones para elegir los cinco nuevos poderes
que conformaban el andamiaje del Estado. Había mucho de nuevo en lo
social y en el espíritu democrático que lo impregnaba todo, pero poco en
la geometría del poder y en el diseño de la estructura del nuevo
modelo territorial/productivo. La lucha que se libró fuera de la
constituyente para direccionar al gobierno fue intensa y se manifestó en
derivas cambiantes en cuanto al modelo socio/productivo y sus soportes
infraestructurales: lo energético, los transportes, las comunicaciones,
lo hídrico y el hábitat (sistema de ciudades o sistema urbano regional)
También debemos considerar cómo evolucionaba el Sistema Capitalista
Mundial, por aquello de que quien se desarrolla y camina por la historia
es el sistema mundial, cambiando la cultura hegemónica y la división
axial del trabajo entre los países que lo integran, no los Estados por
separado. Ese fue nuestro caso en la década de 1970 cuando el Sistema
Mundo sufrió un ajuste en su estructura debido a las consecuencias de la revolución cultural de 1968, que materializaba la merma de la hegemonía estadounidense: USA se salió del patrón oro, denuncio los acuerdos de Bretton Woods dando inicio a la financiarización (dominio del capital financiero sobre el industrial, de la economía casino sobre la material)
como nueva etapa del Capitalismo. Una vuelta a la tuerca. Sobre nuestro
país se abatió el boom petrolero de 1973, inundándonos de divisas por
la subida del precio del petróleo y, paradójicamente, endeudándonos
mediante préstamos abundantes, producto de de esos mismos petrodólares
que a escala mundial se concentraron en la banca occidental, la cual, en
jugada maestra fríamente diseñada, los irradió al mundo como los
préstamos que crearían el mundo de la deuda externa nacional. Fue un
diseño del Capital para estatizar las deudas y de esa manera abatir la
soberanía de los estados territoriales al subordinarlos a las redes
financieras. En Venezuela el punto de inflexión para precipitar
la caída abrupta, ocurrió en 1983 con la primera gran devaluación de
nuestro signo monetario y la caída bajo el dominio de la financiarización,
que marcó el dominio del Capital bancario en nuestra economía,
provocando la contracción y prácticamente desaparición de la economía
material y el florecimiento de la economía especulativa tipo casino. Privó una subcultura dominada por valores especulativos y transnacionales en cabeza de la Oligarquía y las nacientes nuevas clases medias,
quienes estaban ligadas al sector importación/exportación/financiero
especulativo por intermedio del aparato burocrático, tanto del sector
estatal como del privado, que estaba y está formado por actores que
tienen un origen semejante, parecida educación y la misma subcultura.
La Constitución fue un gran avance, pienso que el posible, dada la
correlación de fuerzas existente y la falta de un Proyecto Nacional
concreto como guía, pero abrió el camino, fue una cajita de pandora que
abrió paso al pueblo y la revolución. El pensamiento prosistema, ideario
en general de la derecha se movió a sus anchas, contenido única y
objetivamente por la cultura parda del Presidente Chávez, quien, por su
imaginario y valores, desconfiaba y muchas veces discrepaba del sentido común reinante,
con lo cual representaba en buena medida el pensamiento antisistema.
Una anécdota: recuerdo el Consejo de Ministro donde se discutió la
última de las leyes habilitantes del 2001, la ley de pesca, que sometida
a debate generó varias posiciones, destacándose la de Luis Miquelena
que la negaba, afirmando, además, que sería el detonante para una
situación de crisis; sometida a votación fue aprobada con su solo voto
en contra; lo demás es historia: al concluir el Consejo de Ministros en
diciembre 2001 el Presidente llamó a cadena nacional de radio y
televisión e informó a la nación sobre la aprobación de las 41 leyes, en
enero renunció Miquelena y ya estaba en camino el golpe de abril.
Constitución y Proyecto Nacional
El golpe de abril del 2002 significó un quiebre en la historia política
de Venezuela, pues si bien es cierto que desde la Independencia Caracas
es el símbolo del Poder, pues allí está la sede de los poderes públicos
incluyendo la presidencia, la irrupción de la clase media alta en
poderosas manifestaciones (sobre todo en la capital) muy politizadas,
puso de manifiesto la presencia de un nuevo actor político que no suele
aparecer en los análisis tradicionales y que emerge de la dinámica misma
del Sistema Mundial. Creo que esto se debe a que los Estados
territoriales, los cuales conforman los elementos más importantes de la
estructura del Sistema Capitalista Mundial y que por la naturaleza de
sus redes ocupan lugares diferentes en la pirámide distributiva de la
riqueza: los países centrales (los anteriormente colonizantes) extraen
riqueza de los periféricos (las antiguas colonias) y son cada vez más
ricos; a la par la población urbana tiende cada vez más a concentrarse,
pero esta concentración también es desigual y en sentido contrario, es
mayor en los países periféricos y semiperiféricos que en los centrales y
la distribución de la pirámide clasista en los espacios urbanos también
es diferente.
No vamos a discutir en profundidad las
características de las ciudades en Venezuela, lo haremos en un próximo
trabajo, pero sí quisiéramos decir que nuestro «sistema regional/urbano»
emergió bajo el patrón de los países periféricos del Sistema
Capitalista Mundial (economía mundo según Wallerstein y
Espacio/tiempo/cultural/mundial según la unidad de trabajo que propongo)
y ha evolucionado demoniacamente hacia una concentración de la
población en pequeñas y determinadas regiones del territorio, al extremo
que el eje norte-costero concentra más del 70% de la población total de
nuestro país. Como además de periférico –y por ende conectados con los
países centrales mediante relaciones de intercambio desiguales– somos
desde hace un siglo una región petrolera y un Estado presidencialista
que concentra el aparato para distribuir la renta en el área
metropolitana (de Guarenas-Guatire hasta la Victoria y desde el mar
Caribe hasta la cordillera de la costa) conformando un atractor para
toda la población, pero sobre todo para las clases medias altas con su
componente tecno-profesional y las muy pobres acuciadas por la miseria.
Hemos llegado, en consecuencia, a abrigar en la gran Caracas más
del 60% de la población del eje norte-costero, esto es, unos doce
millones de habitantes, distribuidos en dos Caracas (propongo una ciudad
capital, dos Caracas históricas: una al oeste de Chacaíto y otra al
este) que podríamos estimar en 60% para la Caracas del oeste y 40% para
la del este. Si el tramo poblacional para las clases medias y la
Oligarquía es de un 40% a escala nacional, en la Caracas del este sería
mayor (debido a la condiciones petrolero/rentista), digamos un 50%;
entonces estaríamos hablando de ± 2,400.000 personas, que como conjunto
socio/cultural, internaliza el racismo más profundo y el desprecio por
lo nacional, por lo que con dinero y apoyo no debiera ser difícil
concentrar, en momentos de arrebato político, ingentes multitudes de más
de medio millón de personas que clamen por un cambio –su cambio– cifra
que está lejos de lo logrado hasta ahora por esta corriente que apoya al
sistema dominante, que apenas llega a concentrar unas treinta o
cuarenta mil personas.
Podemos concluir que la evolución
negativa del Estado rentista se ha exacerbado en los últimos diez y ocho
años, sobre todo por el abandono del proyecto de desconcentración
territorial que formó parte del Proyecto Político primigenio de Hugo
Chávez y la prolongación del patrón histórico de concentración/colonial
de nuestros espacios, creando, así, una fuerte inestabilidad
institucional que facilita la política de nuestro real enemigo, el
Imperio y la clase imperial.
El nuevo marco socio/cultural
Durante los últimos 18 años Venezuela ha sido un ejemplo indeseable y
peligroso para el Sistema Capitalista Mundial, pues su lucha en defensa
de la soberanía de los estados, su papel en el diseño de mecanismos para
la integración de Suramérica y el Caribe, así como sus éxitos en la
lucha contra la pobreza y la desigualdad mediante la aplicación de la
nueva democracia participativa y protagónica, más su inserción exitosa
al nuevo orden mundial pluripolar que emerge como alternativa al Sistema
Mundial hegemonizado por la triada Imperialista (USA, Europa y Japón),
nos convirtieron en un símbolo, tanto para las naciones oprimidas como
para los de abajo en todas las latitudes. Es más que suficiente para que las oligarquías del mundo nos odien e intenten liquidarnos.
El proceso bolivariano emerge al mundo en 1992 con la rebelión militar
comandada por Hugo Chávez y, desde ese momento, alumbra la historia como
llama revolucionaria, como un movimiento político con profundas raíces
en el imaginario Suramericano y del Caribe, que se enraíza con la gesta
libertadora del siglo XIX. En ese momento el neoliberalismo reinaba en
el Sistema Capitalista Mundial: habían pasado 27 años de la visita de
Nixon a China, 26 del retiro de USA de la dependencia del patrón oro y
del golpe contra Allende y 23 del golpe de Videla en Argentina, eventos
que son galones del caminar hacia la imposición de la ideología liberal
al Mundo, como base ideológica de la hegemonía estadounidense en el
Sistema Capitalista Mundial. Allí se instaló la nueva política
estadounidense de eliminar la soberanía de los estados territoriales,
para que la financiarización, como economía de casino, reinara
sobre la economía material (real) de países como China, Brasil, Rusia e
India en el rol de semipérifericos, es decir, el Imperio colectivo
maneja las finanzas, los semipérifericos la producción material y los
periféricos suministran las materias primas. Fue la década del fin de la historia (Fucuyama), del no hay alternativas (Margaret Tacher y Ronald Reagan) y de la Agenda Venezuela
(Rafael Caldera), un momento sombrío para los pueblos oprimidos del
mundo, pues realmente, viendo la guerra criminal contra Irak, parecía
que no había esperanzas ni alternativas, sin embargo, de esas sombras,
emergió el movimiento bolivariano con Hugo Chávez a la cabeza. No es
poca cosa.
En estos 18 años el proceso bolivariano ha impactado
al mundo motorizando los movimientos antisistémicos y acelerando el
tiempo histórico, pues el tiempo socio/cultural no es igual al
cronológico, se acelera en los momentos de bifurcación sistémica cuando
pequeñas causas generan grandes efectos. Así fue: cambió el mapa
político, sobre todo en nuestra América y una ola de movimientos de
izquierda llegaron al poder político y muchos de ellos se plantearon
procesos constituyentes (Bolivia y Ecuador) para marcar la ruta
transformadora. Pero también se proyectó a otras latitudes y está
presente en las luchas populares de Francia, España y muchos otros
países.
Ahora en 2017 el mundo es otro y las institucionalidad
que creamos en 1999 ya no ayuda a manejar positivamente la crisis
socio/cultural que cada vez es más profunda y más compleja, tanto en el
Sistema Mundo, como en América y en nuestro país. Necesitamos una nueva
institucionalidad, otro marco constitucional, diseñado teniendo presente
las faltas que impidieron que la Constitución de 1999 sea aplicable a
la nueva geometría socio/política que necesitamos. No podemos olvidar
que ni el Imperio ni la clase imperial reconocieron nuestro
derecho a gobernar, nunca lo han aceptado: bolivianos, ecuatorianos,
nicaragüenses, guatemaltecos, cubanos y venezolanos no pueden gobernar
para sus pueblos, somos, para ellos, aves de paso, unos intrusos que
deben eliminarse.
Las tareas que enfrentamos desde 1999 son muy
difíciles, pues en una época de transición de un sistema social a otro u
otros, reina tanto la incertidumbre como la creatividad y es el momento
del pensamiento científico riguroso, que es complejo y participativo.
Tenemos que cambiar nuestra percepción del mundo y actuar en
consecuencia, y operar con los tres niveles dialécticamente concatenados
–la verdad, lo bello y lo bueno– que permiten tener una nueva
percepción de la vida, esto es, analizar lo más científica y
sistémicamente posible la totalidad en busca de la verdad, apoyarnos en
los sentimientos y las emociones, para, como personas morales y éticas
que somos, buscar el bien y la belleza y, finalmente, como políticos, y
con los pies en la tierra y mirada lejana, unificar los tres patrones de
valor, histórica y culturalmente creados.
Creemos que
adelantar un proceso constituyente que culmine en una nueva constitución
es el camino correcto, pero, debido a la situación política nacional y
regional, no solo debemos blindarlo trabajando con transparencia, sino
convertirlo en un foro político-socio/cultural donde se debata con
amplitud, no solo entre los constituyentes, también y simultáneamente
con funcionarios del gobierno y con intelectuales y dirigentes sociales.
Debe ser un foro nacional e internacional (debería invitarse a
intelectuales y dirigentes importantes) de pensamiento, planificación y
acción que llene de luz a Venezuela y a nuestra América y apunte con
fuerza a esa nueva institucionalidad que los países periféricos
reclaman.
No creo que el proceso constituyente deba ser breve,
al contrario, necesitamos tiempo para que ese gran foro se desarrolle y
culmine la gran tarea encomendada, que no es otra que diseñar el
Proyecto Nacional de nuestra moderna revolución, de tal manera que
influya en todos los países del mundo y ayude a canalizar su camino. Ese
es nuestro verdadero escudo.
Una sugerencia para los constituyentes.
Como dijimos el elemento fundamental de esta constituyente debería ser
la elaboración y puesta en funcionamiento del actual y nuevo Proyecto
Nacional, pues en él se compendian todos los temas que nos afectan.
Veamos cuales son los ámbitos donde desarrollar la planificación
radical. Son nueve, todos territoriales, cuatro operan sobre el
territorio y cinco son las infraestructuras que los interconectan con el
mismo, ellas son:
1.- Actividades productivas. Comprenden: agricultura, ganadería, explotación forestal, pesca, minería, construcción e industria de transformación.
2.- Servicios sociales. Comprenden: salud, educación, información y entretenimiento, redes de protección social, turismo y deportes.
3.- Instrumento de gestión económica y social. Comprenden:
la asignación de recursos, justicia y seguridad, representación
política, actores sociales y reglamentación internacional.
4.- Intermediación comercial y financiera. Sistema
bancario, tanto estatal/nacional como regional/local. Todo el sistema
dirigido por el Banco Nacional de Desarrollo bajo la guía del Ministerio
de Planificación o de una Comisión presidencial supraministerial.
5.- Las cinco infraestructuras territoriales. Son la energía, el agua, los transportes, los asentamientos humanos y los sistemas de comunicación e información.
Todos estos elementos están concatenados, se interconectan e
interinfluyen constante y permanentemente, pues son partes de un todo en
eterno movimiento. Conforman un sistema complejo vivo y por eso, si
queremos estudiar uno de los ítems, por ejemplo la salud en el punto 2,
vemos que el resto de los elementos de ese punto están profundamente
relacionados, pero también lo están los componentes de los otros puntos.
Total, no podemos ni analizarlo y mucho menos actuar sobre él, sin
tomar en consideración la totalidad. Por eso la planificación es
fundamental, es como construir un cerebro que maneje todo el cuerpo
social. En el cerebro está todo y ese es el reino de la cultura. La
cultura es lo humano, su impulso vital; allí decidimos qué es un bien o
un servicio, qué es bueno o malo, qué es bello y qué no lo es y qué es
verdadero o falso. No olvidemos que los sistemas vivos se estimulan, no
se dirigen, y que si pretendemos regir linealmente los procesos en los
diferentes ámbitos de la Reproducción Social fracasaremos, al
igual que lo han hecho todos los países que integran el Sistema Mundial
donde muchos han crecido pero ninguno ha dinamizado plenamente la
potencialidad humana.
El elemento vital, lo que mueve este
proceso es el cambio cultural, la revolución cultural de la que tanto
hablamos y pareciera que poco comprendemos, pues de manera extraña pero
constante, usamos el concepto para referirnos a las artes, poniendo de
esta manera el mundo al revés. En verdad la Cultura es una amplia red de
conversaciones que trasmiten significados y es lo que determina la
interpretación que damos a lo que percibimos del mundo en que vivimos;
todo cuanto nos estimula, desde una sensación del medio natural hasta
una conversación o una imagen, son manejados por procesos cerebrales y
se convierten en una percepción, donde intervienen tanto nuestros
sentimientos y emociones como nuestra racionalidad y la historia de la
especie, por eso la percepción que tenemos del mundo es histórica,
contextual y relativa. Si aceptamos esta visión, debemos concluir que el
diseño de un Proyecto país es una tarea que requiere un cambio
revolucionario en las estructuras de nuestro espacio/tiempo/cultural.
Esa es la Revolución que está planteada y los lineamientos que surjan de
la Asamblea Nacional Constituyente, tomados desde el emocionar y la
racionalidad concreta, se deben materializar en objetos materiales e
inmateriales, tales como libros, arte, obras de ingeniera, deportes y
las tantas cosas que componen el mundo de la cultura.
Ojalá no
cometamos los mismos errores que en 1999 y sepamos repartir las tareas
entre la constituyente y el conocimiento acumulado por la revolución. El
trabajo es en dos frentes: gobierno elaborando los contenidos
sistémicos del Proyecto Nacional para que la Revolución avance, mediante
una amplísima consulta que provoque debates creadores, y la ANC
acogiendo estas propuestas para estudiarlas y convertirlas en
disposiciones político/jurídicas. Recordemos lo que dice Evo Morales
sobre un proceso revolucionario: no mentir, explicar claramente las
cosas que hacemos y deslastrarnos de vicios como la triquiñuela y la
componenda.
El proceso constituyente que estamos iniciando, es
fruto de las transformaciones ocurridas, tanto en el
Espacio-tiempo/cultural mundial como en nuestra América y en Venezuela.
Hemos sido actores en este proceso y actores importantes, por
consiguiente el análisis de nuestros aciertos y errores en ese caminar
es trascendente. Nos ven y nos vemos como una rica provincia
extractivista con una historia gloriosa que vive una profunda crisis
política, la cual, a nuestro juicio, es consecuencia de la contradicción
entre tener una fuente de riqueza que solo se realiza en el mercado
mundial y depende del desarrollo de la ciencia y la tecnología en ese
ámbito, y las necesidades integrales de la población que realmente vive
en nuestro territorio con la cultura impuesta por el pasado
colonial/rentista. El cambio hacia una cultura que nos delinee desde el
ahora un Proyecto país con una política territorial e
institucional que busque la soberanía alimentaria y la consecución de
los bienes salariales, mediante el desarrollo industrioso tanto del
campo como de la ciudad, servidos por una red bancaria nacionalizada y
desconcentrada y que rediseñe el modelo minero, petrolero y gasífero,
nos hará salir revolucionariamente de la crisis