Si bien la noción de democracia abarca un campo semántico amplio, en
el caso venezolano ha devenido particularmente en un concepto impreciso y
manipulable en aras de justificar el derrocamiento de un presidente
electo por la mayoría del padrón electoral de su país. “Restauración
democrática”, “cambio democrático”, “gobernabilidad democrática”, son
frases cada vez más comunes cuando se hace referencia a Venezuela.
Desde
Lima, el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, afirmó
recientemente que “el mensaje del presidente Trump es de apoyo a la
oposición venezolana: estamos con ustedes, para ver la libertad
nuevamente y que se ponga fin a la crisis humanitaria. Nicolás Maduro ha
convertido la democracia en una dictadura”[1]. El diputado opositor
Julio Borges, quien ha asumido con mayor visibilidad la campaña por
intervenir Venezuela desde el exterior, expresa permanentemente
afirmaciones como: “(…) frenamos el financiamiento internacional al
gobierno por haber dejado de lado la democracia”[2] o “(…) juntos
logramos que hoy los países democráticos estén presionando para que se
restituya la democracia”[3]. Por su parte, el secretario general de la
Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, maneja un
discurso abiertamente antielectoral con respecto a Venezuela: “Esta
dictadura no se va a ir por las buenas (…) hay que plantearse las
variables de ruptura del régimen porque no hay proceso electoral válido
en Venezuela”.[4]
Hay numerosos ejemplos de este tipo de
enunciaciones. La sobreexposición del caso venezolano en la narrativa
mediática logró posicionar un relato basado en la estigmatización a su
Gobierno como dictatorial y en la necesidad de deponerlo mediante todas
las medidas posibles, incluyendo el bloqueo financiero (ya en curso) y
la anunciada intervención militar.[5]
Una de las estrategias de
intervención en los asuntos venezolanos por vías alternas fue la
creación de una coalición de países que -ante la imposibilidad de
aplicar a Venezuela la Carta Democrática Interamericana de la OEA (pues
no obtuvieron la mayoría de votos)[6]– idearon una plataforma denominada
“Grupo de Lima”.
Desde allí, los gobernantes de doce países de la región, dirigidos por
el Gobierno de Estados Unidos, se han dado la tarea de atacar al
Gobierno venezolano, llegando a presionar al Gobierno peruano para que
retirara la invitación al presidente Nicolás Maduro a la Cumbre de las
Américas.[7]
Paradójicamente, en nombre de la democracia y sin
ningún soporte jurídico internacional, los presidentes del Grupo de Lima
denuncian y toman resoluciones contra el Gobierno venezolano, aunque
dicha coalición esté compuesta por Gobiernos implicados en fraudes
electorales, golpes de Estado y destituciones por corrupción, como son
los casos de Honduras, Brasil y Perú respectivamente.
hh
¿En nombre de cuál democracia?
Se
ha convertido el término “democracia” en lo que el filósofo argentino
Enrique Dussel llamara un “enunciado ideológico encubridor” que busca
confundir en aras de un discurso cercano al sofisma[8]. La maquinaria
internacional que se ha desplegado en contra del Gobierno de Nicolás
Maduro involucra una importante inversión en dinero y, sobre todo, la
motorización de intereses especiales, que van mucho más allá del
derrocamiento de un Gobierno.
Por un lado, Washington puja por
recuperar la primacía perdida por la emergencia de China y Rusia en la
geopolítica mundial y opera para retomar su “patio trasero” luego de la
década ganada por Gobiernos de izquierda en América Latina. Por otro,
para nadie es un secreto que Venezuela posee una de las más importantes
reservas del mundo de crudo y otros recursos, como oro y diamantes, que
además son respaldo del petro, la criptomoneda lanzada al ruedo por el
Gobierno venezolano y sancionada por el Gobierno de Trump[9]. Aunado a
ello, en esta especie de revival de la Guerra Fría, el chavismo y
lo que representa como un Gobierno que ha resistido 18 años de asedio
político y económico internacional, es un hueso que molesta demasiado a
la narrativa hegemónica. En estas circunstancias, aplicar la dicotomía
democracia vs. dictadura mediante sistemáticas agresiones mediáticas y
diplomáticas, ha sido la estrategia (nada novedosa por lo demás) para
sembrar en el sentido común la posibilidad de una intervención
financiera y militar en nombre de la democracia.
Pero ¿en nombre
de cuál democracia? Hoy los líderes de la oposición al Gobierno
venezolano se respaldan en la Constitución de 1999, cuando ellos mismos
organizaron un golpe de Estado que disolvió todos los poderes públicos
en 2002 y desconocieron en múltiples oportunidades la Carta Magna que
inaugurara el Gobierno de Hugo Chávez[10]. Estos líderes han participado
en 22 elecciones, rechazando los resultados sólo en las que no salieron
favorecidos y, actualmente, son los voceros del abstencionismo y el
desconocimiento de las elecciones presidenciales del 20 de mayo de 2018.
Democracia mainstream vs. Democracia participativa
El índice que mide la calidad democrática que calcula The Economist Intelligence Unit
(EIU) ubica a Venezuela en el último puesto de la región, precedido por
Cuba, Bolivia, Nicaragua y Honduras[11], los cuales serían “regímenes
autoritarios” en contraposición a “democracias plenas” como las de
Canadá y Estados Unidos. Este índice evalúa mediante encuestas y
estudios de expertos, la calidad democrática según cinco valores: 1)
Proceso electoral y pluralismo, 2) Participación política, 3) Cultura
política, 4) Libertades civiles y derechos humanos básicos y 5) Calidad
del funcionamiento del Gobierno.
Comparativamente, es considerable el sesgo y la sujeción al statu quo
global que muestra este tipo de mediciones, además muy utilizadas y
reproducidas en el ámbito internacional como herramientas de
legitimación de ciertos discursos sobre otros. Un claro ejemplo es lo
ocurrido con el cada vez más frecuente fenómeno de lawfare o
judicialización de la política en América Latina[12], que utiliza a los
poderes judiciales en función de los intereses de una clase política
sobre otra, mostrando una total intervención de poderes, lo que atenta
directamente contra el funcionamiento democrático de los Gobiernos. Otro
ejemplo reciente es el ataque unilateral por parte de EE.UU., Francia y
Reino Unido a Siria, en el que el ejecutivo estadounidense atacó aún
sin contar con el permiso del Congreso. Sin embargo, ninguna de esas
democracias son objeto del señalamiento reiterado que padece a diario el
Gobierno venezolano.
Una mirada a la Democracia participativa
La
Constitución venezolana instituye la noción de “democracia
participativa y protagónica” con el propósito de ampliar el campo de
acción de la democracia representativa o liberal que prevalecía en los
Gobiernos anteriores al chavismo. La democracia representativa padeció
de una grave crisis de legitimidad que junto con la aplicación de
recortes económicos neoliberales provocaron en 1989 una rebelión popular
de gran resonancia e impacto en la historia de América Latina, conocida
como “el Caracazo”, y que años después diera pie al corrimiento
electoral de la partidocracia instaurada por el Pacto de Punto Fijo (los
partidos Acción Democrática y Copei alternándose acordadamente el
poder) y a la posterior elección de Hugo Chávez como presidente.
Bajo
la democracia participativa, el Estado venezolano busca desarrollar
espacios de participación ciudadana y garantizar el acceso a derechos
sociales a través de los programas denominados “misiones”. Las misiones
atienden a la población en cuanto a educación, salud primaria y
preventiva, vivienda y sistema de pensiones, entre otros derechos. La
imagen de Venezuela que construye la mediática internacional no muestra
estas políticas sociales que buscan profundizar el proceso democrático
venezolano.
1.- Identidad y ciudadanía. En 1999 millones de
personas no se encontraban registradas en ningún censo y no poseían
cédula o carnet de identidad, lo que los excluía por completo de todo
tipo de derechos, incluso del de votar. Con el programa Misión
Identidad, el Gobierno de Hugo Chávez registró y ceduló a más de 18
millones de personas entre 2003 y 2006[13], dándoles el estatus de
ciudadanos.
2.- Descentralización y actualización del sistema electoral.
La reforma del sistema electoral de 2004 permitió reubicar y abrir
nuevos centros de votación para descentralizar el acceso territorial al
voto. También es significativa la inversión en innovación y tecnología
que ha realizado el Consejo Nacional Electoral (CNE) venezolano para
mejorar el sistema de votación, que hoy en día es totalmente
automatizado, puede ser auditado en todas sus fases y realiza
autenticación biométrica del elector[14]. A pesar del ataque del que es
objeto, el sistema electoral venezolano ha sido reconocido por diversos
observadores internacionales como efectivo y confiable, incluso como el
“mejor del mundo” como afirmara en 2012 el expresidente de Estados
Unidos, Jimmy Carter[15].
3.- Elecciones y voto. Desde
1999, es excepcional la alta cantidad de elecciones realizadas en
Venezuela: en 18 años 23 elecciones, todas con un nivel de participación
de más del 50% del electorado. A diferencia de países como Colombia o
Chile, en Venezuela la abstención es muy baja, inclusive en elecciones
regionales. En las elecciones de gobernadores de 2017 la abstención fue
de 38,8%, muy por debajo de la abstención que ocurría en este tipo de
elecciones regionales antes de 1999.[16]
4.- Educación gratuita en todos los niveles.
La educación en Venezuela es gratuita desde la etapa inicial hasta la
universidad, hecho que duplica la meta programada por la Organización de
las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco)
que estipula que la educación pública y gratuita se garantice al menos
por doce años, mientras que en Venezuela se cubre hasta los 24 años
aproximadamente, pues incluye los estudios universitarios. El
presupuesto actual en materia educativa alcanza 7,5 % del Producto
Interno Bruto (PIB), y el 70 % de la población estudiantil (más de 8
millones de personas) estudian es instituciones públicas. Los niños y
jóvenes venezolanos son beneficiados con el programa Canaima, que
distribuye gratuitamente computadoras en los niveles primario,
secundario y universitario.[17]
5.- Seguridad social para personas mayores.
Desde 1999, en Venezuela el número de personas pensionadas ha aumentado
de 387.000 a más de 3 millones, un crecimiento que cubre al 90 % de la
población adulta[18]. La Misión Amor Mayor, creada en 2011, prevé
pensionar al 100 % de los adultos mayores al finalizar 2018.[19]
6.- Vivienda.
La Gran Misión Vivienda Venezuela es una política que surge para
atender a las familias damnificadas por las tormentas ocurridas en
algunos estados de Venezuela en 2010. Se trata de la construcción de
urbanismos en todo el territorio nacional que son vendidos a precios muy
bajos a sus nuevos habitantes. Contempla también financiamientos para
adquisición, autoconstrucción y mejoras de viviendas. Bajo esta
modalidad, para el 2018 el Estado venezolano ha construido más de
2.000.000 de viviendas.[20]
7.- Organización ciudadana. En
Venezuela se han ensayado distintas maneras de transferencia de poderes a
la ciudadanía y formas de impulsar la organización. Desde los Consejos
Comunales y las Comunas, hasta los Comités Locales de Abastecimiento y
Producción (CLAP), sin estar exentos de contradicciones y complejidades,
existen en Venezuela diversos espacios de organización para la
resolución conjunta de necesidades comunitarias. Estas instancias de
organización ciudadana cuentan con respaldo jurídico[21].
8.- Derechos de las mujeres.
En 2007 se aprueba en el Congreso la Ley Orgánica para el Derecho de
las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, una de las normas jurídicas
más avanzadas de la región. Contempla 19 formas de violencia e incorpora
el femicidio y la inducción al suicidio[22]. Para combatir la violencia
obstétrica, en 2017 el Ministerio de la Mujer lanzó el Plan Nacional de
Parto Humanizado que promueve la formación de diez mil promotoras en
parto humanizado para acompañar y orientar mujeres y familias en todo el
territorio del país[23].
De la cultura política a la resolución económica
La
enumeración de aciertos y políticas para garantizar el sistema
democrático sólo pretende mostrar parte de la realidad que las
corporaciones mediáticas no visibilizan. Si bien la crisis económica ha
socavado el acceso a bienes y ha generado un ambiente de tensión latente
en la ciudadanía, las políticas de acceso a derechos elementales no han
dejado de existir. El sistema democrático venezolano pude tener
desatinos como los tienen, y en gran medida, la mayoría de los países de
la región, pero los logros en materia de ampliación de derechos son un
hecho.
Ante las elecciones presidenciales de mayo, más que la
pregunta por la democracia como un orden general, cabe la duda sobre la
cultura política tan avanzada en Venezuela tras años de contiendas
electorales y participación social. El ambiente electoral, antes asumido
como un ritual colectivo nacional, ha cedido paso a la necesidad de
resolución inmediata de la cotidianidad, pues la crisis económica se ha
instalado como una realidad ineludible. El interés ciudadano ha
desplazado el protagonismo de la política como arena de disputa
cotidiana por la estabilidad económica, lo que, sin embargo, no oculta
la imbricación que la situación económica tiene con la pugnacidad
política entre el Gobierno y la derecha opositora, respaldada por el
sector empresarial y por la comunidad internacional.
La presión y
las sanciones económicas internacionales están muy lejos de aportar
soluciones a las dificultades internas del país caribeño, antes bien son
parte central del problema económico que éste atraviesa. Las elecciones
presidenciales se proyectan como un posible tablero para zanjar la
pugnacidad y arremetida contra el Gobierno y abrir la posibilidad de un
acuerdo nacional que permita reestablecer las condiciones económicas y
políticas adecuadas para seguir profundizando la democracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario