Caracas. Fue un subversivo en palacio. Un pacifista subversivo. Un
militar patriota con gran coherencia entre el decir y el hacer. Como se
opuso a reproducir la voz del amo imperial, la élite racista venezolana
lo demonizó y estigmatizó: lo llamó loco, negro, zambo, gorila,
ordinario, incivilizado. Vía el terrorismo mediático, la plutocracia
subordinada y apátrida envenenó a la sociedad con su odio de clase y la
polarizó.
Hombre radical, de pensamiento crítico y audaz acción
política, Hugo Chávez siempre dio la cara y se hizo responsable de sus
actos. Como no tuvo precio, no lo pudieron comprar. Adversario del
consenso de Washington y el pensamiento único neoliberal, rompió
paradigmas. Y, con Gramsci, se dedicó a construir en su país una nueva
hegemonía cultural, ética, democrática de los símbolos y las palabras.
Donde decía globalizados puso patria, donde decía emprendedores, clase
social. Iconoclasta, antidogmático, soñaba con una sociedad justa, de
iguales. Con un nuevo Estado social que no fuera calco ni copia. En su
vía pacífica hacia un nuevo Estado del bienestar socializado, utilizó la
metodología de Simón Rodríguez: inventar y errar. Cuando erró supo
rectificar; los grandes logros de sus
inventosson invaluables todavía.
Fue
el gran educador de una nueva civilidad. Llevó a cabo una auténtica
pedagogía popular, crítica, de masas. Utilizó los medios −la televisión
en particular− para debatir y concientizar; para desenajenar. Mantuvo un
diálogo permanente con los pobres, en quienes inculcó un espíritu
histórico, participativo, solidario. Puso el acento en lo colectivo, en
lo horizontal organizado. Irradió su pensamiento más allá de las
fronteras nacionales y defendió la identidad cultural de Nuestra
América, la Patria Grande latinoamericana.
Fue el constructor de
una nueva arquitectura social. En el seno de un Estado petrolero
rentista y clientelar, patrimonialista y vertical, impulsó una
revolución democrática. Con eje en un profundo cambio en la correlación
de fuerzas, llevó a cabo la transformación del Estado-máquina,
utilizándolo como organizador de lo común, de lo civil. De la sociedad.
Con el pueblo movilizado generó una nueva institucionalidad y
redistribuyó los ingresos de la renta petrolera.
Es el suyo un
modelo original inconcluso, con sus defectos, vacíos y contradicciones.
Chávez concebía el socialismo como una obra de arte. Pensaba que no
podía haber soluciones en países aislados ni socialismo en un solo país.
Por eso, combinó el nacionalismo revolucionario con el marxismo de
Marx, el cristianismo popular y la integración regional bolivariana. Al
antimperialismo fundacional sumó una base material subregional, con
énfasis en las complementariedades y la identidad cultural: ALBA,
Petrocaribe, Unasur, Banco del Sur, el Sucre, Telesur, el nuevo
Mercosur, la Celac…
Acusado de dictador por sus detractores, durante sus gobiernos hubo
exceso de democracia(Lula dixit). En menos de tres lustros ganó 14 elecciones de 15. Además, se jugó el pellejo por los más humildes. En lo personal decía que le gustaba
vivir viviendo la vida. Nunca se quejó. Pero lloró a solas frente a un espejo cuando Fidel le dijo que tenía cáncer.
Murió
invicto. Y en lo único que todos coincidieron es en que fue un líder
carismático. Álvaro García Linera dice que el liderazgo carismático no
es una forma de mitología de las personas −como insiste con fines
diversionistas el publicista de Televisa y la ultraderecha hemisférica
Enrique Krauze−, sino la sintonía entre el accionar del líder y la
voluntad nacional general de la sociedad. Su muerte, ahora, deja un
vacío. La pregunta es, ¿qué sigue? Immanuel Wallerstein arriesga que los
seguidores de Hugo Chávez intentarán garantizar la continuación de sus
políticas institucionalizándolas. Lo que Max Weber llamaba la
rutinización del carisma. Pero para un pueblo en movimiento detenerse es retroceder; el enemigo retoma la iniciativa.
De
hecho, de cara a los comicios del 14 de abril entre el oficialista
Nicolás Maduro Moros y el opositor Henrique Capriles Radonski, la guerra
mediática arrecia en el plano simbólico y el uso de imágenes. Venezuela
sigue siendo un laboratorio de la guerra de cuarta generación; de la
guerra sicológica. En la coyuntura, el especialista en campañas
negativas y guerra sucia electoral, Juan José Rendón y los
expertos estadunidenses en manipulación de masas, intentan apropiarse de
la simbología chavista y enfrentar al
mitoChávez con Simón Bolívar.
En
una maniobra de distracción y confusionismo ideológico, ante la
imposibilidad de ganar los comicios, la misma derecha que vilipendió y
secuestró el pensamiento del libertador y lo transformó en un nicho
vacío, intenta apropiárselo y usarlo contra quien le dio carácter humano
y popularizó su significado político. Si antes se apropiaron de la
palabra
camino(una de las más usadas por Chávez), la designación del comando de campaña de Capriles con el nombre de Simón Bolívar intenta explotar la dicotomía Chávez/Bolívar.
A la falsificación
de la realidad y el uso de referentes simbólicos (incluida la bandera)
se suma la estereotipación propia de las operaciones sicológicas. Si
Chávez era el
inquilinode Miraflores, Maduro es el
encargadoen palacio y el hombre de Cuba en Venezuela. Al asesinato moral de Chávez (vía CNN, Globovisión, El País, Televisa et al) y la reducción de Maduro a
un sacerdote más del culto chavista(Krauze), la reacción suma elementos como
reconciliacióny
diálogo, atribuyendo al
otroel odio entre las familias y la catástrofe económica. Caldo de cultivo que en la fase poselectoral podría derivar en denuncias de fraude y desconocimiento de resultados, para generar caos y desestabilización social y facilitar la tipificación de Venezuela como un Estado
forajidoo
canallaa ser intervenido
humanitariamentepor Washington y sus aliados de la OTAN. En el fondo, es el petróleo, claro.
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