Doña Carmen llega despacito, medio rengueando, al colegio Manuel
Fajardo del populoso y mítico barrio 23 de Enero. Arrastra sus 81 años
con hidalguía, una de sus manos morenas se apoya en un bastón y la otra
carga un paraguas para el sol. Peregrinó cuatro cuadras y unos 60
escalones cerro abajo. Ante el primer acercamiento despliega su sonrisa
caribeña, nos guiña el ojo y responde: “Mi voto es directo, universal,
secreto… y maduro”. Antes de irse la volvemos a abordar y ya con más
confianza descarga: “Mira chico, la vaina es así: estamos pasando
roncha, sobreviviendo a como podemos, no te voy a caer a cuentos, pero
estamos claros que la culpa es de los gringos que nos quieren tumbar a
punta de hambre. No lo van a lograr, aquí hay un pueblo resteado
(jugado) con la revolución, que no quiere perder su soberanía, nunca más
seremos sus esclavos”.
En la recorrida por los distintos
centros de votación caraqueños se repiten las doñas Carmen. Varían las
edades, los rostros, las historias, pero los mensajes son parecidos. Y
sobre todo el origen social. Es cierto que la afluencia de votantes es
mucho menor a elecciones anteriores, que se percibe el descontento y la
apatía instalado en los últimos años, pero la polarización de clase es
evidente: la mayoría de las y los votantes proviene de sectores
populares, los centros de votación en zonas de clase media y alta están
casi vacíos.
Primera conclusión: hay un núcleo duro chavista que
se mantiene firme incluso en las cada vez más complicadas condiciones de
vida. Esta vez fueron 6,1 millones de personas que le dieron la
reelección a Maduro nada menos que con el 67,7% de los votos, más de 4
millones por encima de Henri Falcón (21,1%). Hay memoria, por las
innumerables conquistas en estos 20 años. Hay conciencia política,
adquirida en tiempos de revolución. Es cierto que el chavismo atraviesa
una etapa de retroceso, de debilidad; obtuvo un millón y medio de votos
menos que en la presidencial anterior, pero en este contexto de asedio
internacional y crisis económica supo mantener la unidad y se ratificó
como principal fuerza política y electoral en el país.
Como
contraparte, las elecciones profundizaron el desconcierto y la
atomización de una oposición huérfana de liderazgos potables y que
perdió capacidad de movilización (menos de 300 personas el miércoles
pasado fue la máxima convocatoria de protesta de los últimos tiempos).
Su incapacidad para interpelar a los sectores populares, su
subestimación al chavismo -al que reducen a una masa ignorante
arrastrada clientelarmente-, su subordinación a los mandatos externos,
los sigue llevando una y otra vez al fracaso. Falcón y Bertucci no
lograron captar esa base social, pero emergieron como nuevas fracciones
de la derecha local.
Una segunda sensación que repiten los
votantes consultados es la valoración de haber recuperado la paz.
Un año
atrás, las calles de Venezuela (en rigor algunas zonas de clase media y
alta) eran escenario de una suerte de insurrección con impronta
paramilitar que dejaba un tendal de muertes, destrozo de hospitales y
edificios públicos, personas quemadas vivas y un país al borde la guerra
civil. Los grandes medios lograban instalar la imagen de “la dictadura”
y “el gobierno represor” y le contaban las horas a Maduro. Nadie
hubiera imaginado el panorama actual: el chavismo logrando su cuarta
victoria en 10 meses en una jornada electoral sin incidentes (a
excepción de las botellas que le arrojó un grupo de opositores al
expresidente español Rodríguez Zapatero por haber sostenido su apoyo al
proceso democrático venezolano).
La otra (y principal)
preocupación que trasmite la población venezolana en la jornada
electoral, y que se percibe constantemente en la calle, en el metro, en
todos los ámbitos de la vida diaria, es la soga económica que aprieta
cada día más. Hiperinflación descontrolada que vuelve insignificante
cualquier salario medio, escasez de efectivo y fallas constantes en los
servicios públicos son partes de una crisis multidimensional inducida
que tiene su centro de operaciones en Washington pero que, tras más de
cuatro años, no encuentra una respuesta eficaz desde el Ejecutivo
venezolano.
La matriz de la abstención
Los grandes
consorcios mediáticos instalaron la idea de una elección deslegitimada
por la baja participación (fue del 46%), siguiendo el libreto del
“desconocimiento” desplegado por EEUU, la OEA, la Unión Europea, el
Grupo de Lima y los partidos opositores venezolanos que acataron la
orden de no presentarse ante una segura derrota. Las cifras de
participación electoral similares o menores en la región (40,6% en las
últimas presidenciales colombianas o 46% en las recientes chilenas)
desnudan la manipulación y doble vara de los medios y la “comunidad
internacional”, que nunca cuestionaron la legitimidad otorgada por los
votos a Piñera o a Santos.
En cuanto al sistema electoral
venezolano -calificado hace unos años por Jimmy Carter como “el más
seguro del mundo”-, los cerca de dos mil acompañantes y observadores
internacionales ratificaron su confiabilidad y transparencia. El proceso
de votación, automatizado, comienza con la huella dactilar, que
habilita a realizar el voto electrónico y culmina con un recibo para el
votante y otro que coloca en la urna. Además, tras el cierre de mesas se
realizan auditorías de verificación ciudadana.
Nicanor Moscoso,
presidente del Consejo de Expertos Electorales de Latinoamérica (CEELA),
que monitoreó la elección, aseguró: “Podemos recalcar que estas
elecciones deben ser reconocidas porque son el resultado de la voluntad
del pueblo venezolano”. Por su parte, la representante de la misión de
la Unión Africana, Arikana Chihombori Quao, sostuvo: “No conozco en el
mundo un proceso electoral más transparente y riguroso como el de
Venezuela”.
Los días por venir
Lo que se viene para
Venezuela es mayor asedio internacional, ofensiva mediática y asfixia
económica. Así lo dejaron en claro las nuevas sanciones anunciadas por
Trump horas después de las elecciones y el “plan Masterstroke” del
almirante Kurt Tidd, jefe del Comando Sur estadounidense, en el que
insta a “alentar la insatisfacción popular incrementando la escasez y el
alza en precio de los alimentos, medicinas y otros bienes, con la
intención de provocar la deserción de los ciudadanos por todas las
fronteras”. La amenaza de la intervención extranjera sigue latente.
Con
la victoria del domingo, el chavismo mostró fortaleza, logró mantener
el poder político. Ganó aire y tiempo. Pero la urgencia sigue ahí:
revertir el descalabro económico. Y deslastrarse de las altas cuotas de
corrupción y burocratismo que lo dificultan. De las pugnas entre las
distintas visiones a lo interno dependerá el rumbo a seguir. Todavía
queda margen para que el gobierno se atreva a profundizar el proceso y
retomar la estrategia comunal como vía al socialismo bolivariano.
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